Semana pasada. Veo un Mercedes Benz a toda velocidad. El auto choca contra otro vehículo, dando posteriormente contra un poste. Se puede advertir que el automóvil podría haber dado contra la pared de la casa.
Lunes al mediodía. En menos de una semana. A cien metros del primer accidente, ahora el de un auto que colisiona con una motocicleta en la que iban una mujer, un hombre y una criatura.
Hablar de accidentes automovilísticos es sentir no las luces del progreso ni de la compasión sino la negrura del abandono, de la incertidumbre y la desconfianza.
Pero este verdadero folclore de azar, sangre y muerte hace ver cuán presente está el instinto asesino en ciertos conductores que transitan por estas calles. Sin embargo, ¿los accidentes automovilísticos seguirán repitiéndose con la misma intensidad? Siempre será más fuerte el goce de la velocidad y el confort de las butacas, que las regulaciones del Estado. Porque es más enérgico el goce de no levantar el pie del acelerador, porque este goce se ensambla al efecto imperativo y liberador de sentir “la fuerza de la máquina”, poner a prueba los límites de la carne.
Los cielos del capital influyen en tu mente. Te han dado la mecánica, la tecnología y el dinero para la nafta, los que se convierten en el arma que usarás contra el otro, el otro que – a su vez – se ha convertido en tu competencia, en el dedo que te señala, en tu potencial tirano.
Por Andrés Ugueruaga