♦[Por Andrés Ugueruaga]
Garfield siempre ha sido tenido como un gato intelectual, un gato refinado y elegante. En un momento, frente a mi nueva afición a los gatos, un amigo que vive en Córdoba me envió hace semanas por Whatsapp la figura de un gato tirado en el sofá. Era un gato gordo que dormía indolentemente con un plato tirado a un costado y un gorro de cumpleaños. Le pregunté por qué me enviaba esa foto de Garfield pero él me retrucó que era el Gato Beezel. ¿Quién era el Gato Beezel? Me pregunté, y ahora que lo sé, me respondo de dos maneras:
- El Gato Beezel se corresponde a un proyecto de tedio y aburrimiento puro en forma de diversión, y que puede despertar futuras e insólitas tesis en el campo de la filosofía.
- El Gato Beezel es una de las caricaturas más cínicas y lamentables en la historia del cine.
Hace mucho tiempo que (gracias a este amigo que me hizo esta observación) sé de “Proyecto 43” una película tan célebre como incapaz de generar un sentido a sus muchas escenas, y a través del guion, sólo nos deja sólo indiferencia. Los que armaron este personaje seguro pensaron en esa pesada sensación, de estar vacíos y frente a la cual nada hay por hacer. (Yo mismo me impuse como desafío mirar este film, y no aguanté verla por más de 10 minutos.)
Pero sabiendo lo que es una industria con demasiada experiencia en éxitos de taquilla, podemos pensar que éste sea un fiasco hecho adrede. Deducimos que sus productores deben haber pensado en abarcar sentimientos poco deseables como el tedio y el mal humor, el spleen del cual hablan ciertos libros románticos (y al que Baudelaire dedicó parte de su obra, y creo que hasta incluso el mismo Eugenio Cambaceres escribió sobre él en alguna de sus novelas). Porque aquellos tres son sentimientos que el espectador puede (por qué no) sentir frente a una película.
El Gato Beezel es un caso único que va más allá de Garfield, porque recrea la parte más diabólica y oculta: la intolerancia a la mujer; el onanismo más indecente; la mala intención; los sentimientos amorosamente retorcidos hacia su propio dueño. Son todas situaciones y sentimientos difíciles de concebir, y de aguantar.
Nos resta por preguntar: ¿Por qué la aparición de otra versión aguachenta y desteñida de Garfield despierta aún hoy comentarios? Al verlo actuar, creemos que los equipos de dibujantes y quienes armaban los personajes no se esmeraron del todo en su confección, o bien, pusieron su esfuerzo en recrear una mascota que refleje de verdad el tedio para el espectador. Esta caricatura fue pensada para despertar la nada misma y sea tal vez la versión animada de la nada misma de la que se refieren Sartre, Pascal o Heidegger, en donde muchos vieron no más que un fiasco cinematográfico. Y nos gusta que así sea.