Cuestiones preliminares
A raíz de lo sucedido hace un par de semanas en las redes sociales, donde un profesor se burlaba de sus colegas por haber accedido a un mayor puntaje gracias a la compra de un paquete de cursos —que los docente llaman simpáticamente Cajita feliz—,el cual para ser aprobado pareciera no contar con otro requisito que el de comprarlo y enviar los trabajos prácticos, independientemente de si éstos tienen alguna relación sustantiva con lo que se plantea en los cursos o no. En otras palabras, las «cajitas felices» suelen aprobarse sin el menor grado de vigilancia epistemológica. Este profesor, en consecuencia, se jactaba de encontrarse en «la cima del escalafón», y desde ese supuesto lugar, saludó satisfecho de su fraude legal, a sus desafortunadas colegas que no se esforzaron lo suficiente… ¡por comprar esos cursos!
Ahora bien, hay dos preguntas que me hago y que estuve meditando. La primera es si debo o no mencionar el nombre de este profesor. Se puede intentar aquí pensar lo inverso, es decir, qué pasaría si no lo nombro. Tal vez, se sientan interpelados —en el mejor de los casos— algunos profesores con un poco más de escrúpulos; o bien, se ofendan otros que se han esforzado por mantenerse íntegros a pesar de lo tentador de la oferta. Pero no lo sé. La segunda, tiene que ver con la cuestión de la promoción de un determinado perfil de docente por parte del Estado subordinado a las exigencias del mercado, que se materializa en la mercantilización de la formación profesional en general (la Educación), y de la formación docente en particular, a través de cierta excrecencia(en el sentido badiousiano del término)[1] de las acreditaciones de estas modalidades de formación, sobre todo posteriores a la formación inicial.
Carrerismo, cinismo y concesión subjetiva
Meditemos la primera cuestión: ¿Es verdaderamente relevante nombrar a un profesor devenido en un prosaico funcionario público que sucumbió al canto de sirena del Mercado, que es la forma ideológica y material del Sistema Capitalista de producción? Ciertamente, este es sólo un caso más entre muchos otros que se han beneficiado con este modo de promoción mercantil de la carrera docente, una ínfima confirmación empírica de que la ideología dominante hoy tiene el signo del carrerismo. Quizás el Capitalismo sea una bestia con muchas cabezas, como la que se nombra en el Apocalipsis de San Juan. Y, a propósito, hay un par de versículos en este libro del Nuevo Testamento que siempre me han parecido muy ilustrativos para pensar lo que está sucediendo ideológicamente con la cuestión del cursillismo y del carrerismo docentes, puesto que no se suele tomar conciencia de lo grave que es la situación en la que éstos se encuentran en calidad de potenciales funcionarios públicos y de cuánto se ha devaluado hoy el acceso a un puesto laboral público que se puede comprar al precio equivalente al de un paquete de cursos online.
Permítanme citar las palabras neotestamentarias:
«Vi luego otra Bestia que surgía de la tierra y tenía dos cuernos como de cordero, pero hablaba como serpiente […] Y hace que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se hagan una marca en la mano derecha o en la frente, y que nadie pueda comprar ni vender, sino el que lleve la marca con el nombre de la Bestia o con la cifra de su nombre» (Apocalipsis 13, 11.16-17, Biblia de Jerusalén).
Marx había visto en estas palabras (sobre todo en la marca de la Bestia) la representación del dinero. Quizás, algún personaje de Capusotto piense que aquí se está hablando «de la droga»; no obstante, puede servir para pensar el fenómeno del carrerismo en general y el del docente en particular. Lo que más me impacta de esta imagen no es ciertamente la idea de que llevar «una marca en la mano derecha» les permita a las personas comprar y vender, sino que haya una marca que esté «en la frente», es decir, que la cuestión de sucumbir a la Bestia (a la ideología del orden hegemónico) no es sólo una cuestión material (la «marca en la mano derecha»), sino también —pero quizás principalmente— una cuestión ideológica, lo cual implicaría una determinada concesión subjetiva al orden hegemónico. O sea, lo que nos enseña este párrafo del Apocalipsis es que, la mayoría de las veces, las circunstancias materiales son el soporte (material) de las ideológicas. O, si me permiten decirlo en términos de Althusser, son el Aparato represivo que acompaña a los Aparatos Ideológicos de Estado.
En este sentido, admitir que alguien compró una «cajita feliz» aduciendo, por ejemplo, que tiene que «darle de comer a sus hijos», o porque «es legal», —ya que cuentan con el reconocimiento y el aval del Ministerio de Educación—, etc., implica el consentimiento subjetivo (ideológico, pero además ético y político) anterior sobre el que se funda esa decisión. Este es un caso del cinismo del que habla Žižek en sus libros, aquel que postula, a diferencia de la Biblia, la máxima: «Saben lo que hacen y, sin embargo, lo hacen». La mayoría de los docentes que compran estos paquetes de cursos saben que está mal (moralmente hablando) lo que están haciendo, pero igual lo hacen, ya que afirman no tener alternativa. Esta percepción de la «falta de alternativas» está envuelta en todo el peso de las evidencias que el mismo orden (material e ideológico) dominante se encarga de confirmar con cada una de las medidas o de los derechos que les va quitando sutilmente a los trabajadores y a las trabajadoras. Desde el simple hecho de descontarles el sueldo los días de paro —y que los docentes y su gremio se lo permitan al Gobierno— hasta el hecho de hacerlos cumplir turno durante el tiempo de vacaciones, es una manera de hacerles sentir a los trabajadores y trabajadoras docentes que deben ser dignos de seguir manteniendo la «marca en la mano derecha y/o en la frente», y que, además, deben esforzarse para ello.
Cuerpo meritorio y nihilismo
En consecuencia, todo lo anterior nos lleva a pensar en qué tipo de subjetividad se está promoviendo desde la esfera del Estado. No obstante, queda a la vista que se pretende un docente sumiso y que a su vez se adapte lo más posible a las exigencias del mercado sin ninguna resistencia o sentido crítico. Es la lógica del cuerpo meritorio —para usar un concepto de Badiou— según la cual «la carrera es el relleno del sinsentido», es el reino del nihilismo, de la vida sin Idea. Sin embargo, esta ideología tiene como objetivo disimular ese sinsentido: «…se trata de hacer como si la carrera tuviera un sentido».[2]
Esta simulación de sentido se materializa en nuestra creencia de que haciendo más y más cursos podremos tener el mérito para llegar a escalafonar lo suficientemente bien como para lograr un puesto laboral o titularizar como docente o en un cargo en alguna institución escolar. Ésta es la doxa de nuestro tiempo y lo que nos dicta un supuesto sentido común docente: hay que hacer cursos si queremos lograr la salvación (titularizar, en este caso). Nadie duda de eso, ni de que conseguir puntaje para estar mejor escalafonado sea el sentido de nuestro trayecto profesional docente. El sentido del docente hoy parece pasar ya no por su compromiso social, sinosólo por la búsqueda del bienestar económico personal y/o familiar. De modo que la función social del docente se devalúa al igual que la consecución de un puesto laboral. Ni apóstol, ni militante, ni profesional, hoy el docente se convierte en un burócrata, en un funcionario público degradado que aspira a ser sólo lo que es, pero como titular. Es el sueño de todos los jóvenes docentes que adhieren a esta orientación subjetiva: hacer que ese sinsentido que es la vida burocrática en las escuelas parezca tener un sentido. Sin embargo, este “sentido” es una excrecencia pues no tiene ninguna base real. Y de esta forma funciona como el soporte ideológico de la actividad de los docentes en un mundo nihilista donde se nos manda a vivir sin Idea o sin pensamiento. De este modo la subjetividad, sostenida en el cuerpo meritorio, es el síntoma más claro de la ideología meritocrática propia del Capitalismo pero también del socialismo burgués.
Consideraciones finales
Recapitulemos. Lo que nos queda claro hasta aquí es que estar en la “cima del escalafón” no es necesariamente una virtud, sobre todo si se accedió allí por medio de una contingencia del sistema. Lo que hay aquí es una suerte de suspensión pseudopolítica de la ética. Suspensión, porque se trata de una puesta entre paréntesis de las convicciones morales, y quizá las políticas, sobre todo de las que buscan una vida más justa e igualitaria. Lo que sospecho aquí es que sólo hay un oportunismo pragmático alentado justamente por todo un horizonte ideológico y estatal que promueve un tipo de docente arribista que ya ha dejado posiblemente hace mucho tiempo de ser subjetivamente un docente, aunque tenga los papeles que lo designen como tal. Un docente tal sería en todo caso una excrecencia, una representación sin presentación, un docente vaciado de todo aquello que lo podría llevar a ser un docente. Cabe aclarar que la esencia del docente no está en lo que es, sino en lo que puede llegar a ser, en su devenir. Pero su devenir puede estar enrarecido por una suerte de sutura a las figuras subjetivas reactivas, cuya figura más evidente es aquella que tiene como soporte al cuerpo meritorio propio de las sociedades nihilistas, y cuyo único sentido es crear las condiciones para disimular la falta de sentido que reina en las mismas. Pseudopolítica, porque se basa en medidas administrativas y gestiones de los Estados capitalistas, que en fondo son una no-política, sobre todo si se entiende la política como aquel acto de pensamiento que lleva a que colectivamente se puedan transformar las contradicciones sociales en espacios más autónomos, igualitarios y justos. Y de la ética, porque se capitula sobre la única consigna ética que quizás valga la pena: «seguir perseverando». Y parafraseando a León Gieco: «docente que compró una cajita feliz, ya perdió hace mucho tiempo —al menos ética y políticamente, aunque ahora esté en un puesto de funcionario— su lugar en la docencia».
Post scriptum
Pese a lo anterior, no hay que llegar a la conclusión de que todos los docentes están irremediablemente perdidos, o que la misma docencia o la actividad educativa misma carezca de sentido. Por suerte, son muchos los colegas que día a día, con su trabajo y su esfuerzo, son la prueba fehaciente de que hay una reserva crítica todavía entre los docentes. No obstante, es necesario que se siga firmes en la construcción de espacios de autonomía y menos autoritarios, y sobre todo que no se desaminen en este camino. En otras palabras que sean fieles a la máxima que nos legó Samuel Beckett en su novela El innombrable:
«Hay que continuar, no puedo continuar, voy a continuar»
El desafío, entonces, —y la apuesta— es continuar, como docentes, la lucha por una sociedad más justa e igualitaria, y no andar haciendo de diva del carnaval, saludando idiotamente[3]a los colegas menos favorecidos desde la «cima de algún absurdo —y muchas veces injusto— escalafón».
Por Fabián Muchiut
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Notas:
[1] Badiou utiliza el concepto excrecencia para referirse a un múltiple (ser) que está representado pero que no está presentado. Es decir, en nuestro caso, las cajitas felices acredita una capacitación que sólo existe «en los papeles», pero que nunca se efectivizó, quedó en una supuesta formación «virtual» o «potencial» que nunca se «actualizó» o se hizo efectiva. Lo representado sería entonces una especie de ficción discursiva que no se condice con lo que efectivamente acontece en una determinada situación. Cf. Badiou, A. (1999) El ser y el acontecimiento. (Trad. R. Cerdeiras, A. Cerletti y N. Prados) Buenos Aires: Manantial, pág. 117.
[2] Badiou, A. (2017) La verdadera vida: Un mensaje a los jóvenes. (Trad. V. Goldstein) Buenos Aires: Interzona Editora, pág. 69.
[3] Cito al filósofo Andrè Comte-Sponville, que afirma, en su Diccionario filosófico, sobre la «idiotez»: «…el término se ha incorporado, hace una veintena de años, a la lengua propiamente filosófica, en un sentido completamente diferente, inventado por Clément Rosset y que apela a la etimología. Idiotes, en griego, es el simple particular (la palabra deriva de idios, propio), por oposición a los magistrados o a los expertos, que se juzga que hablan desde el punto de lo universal. La idiotez, en este sentido, es lo propio de todo ser singular, en la medida en que no es más que sí mismo: es la singularidad en bruto, sin frases, sin doble y sin alternativa. Es como un idiotismo ontológico: la pura singularidad de existir. Por consiguiente, es lo propio de todo ser (la singularidad es una característica universal), y es lo que expresa con mucha claridad uno de los más hermosos títulos de Clément Rosset y de la historia de la filosofía: Le réel, Traité de l’idiotie…». Ver Comte-Sponville, A. (2005) Diccionario filosófico. (Trad. J. Terré) Barcelona-Buenos Aires- México: Paidós, págs. 268-9.