El Día del Maestro es una oportunidad para poder reflexionar sobre algunas cuestiones que tocan de cerca al ser docente, a su función, a su “exceso” respecto de lo que es o está instituido, de acuerdo con los cánones del orden establecido. El docente debe ser el testimonio de su propia demasía.
Si los profesionales se supieran proletarios
Aunque no lo aparente, y a pesar de que no me fue muy bien en mi carrera, alguna vez, estudié y me recibí de docente. No, necesariamente, de «maestro» —que dicho sea de paso, es un título que ya no existe como carrera, y que sólo existe como un resabio del pasado, de los antiguos, altruistas y abnegados maestros normales—. Pero, sí, de profesor.
Me recibí a finales del 2003, con una tesis —que en realidad era un Seminario de Integración y Síntesis, una especie de monografía de integración de contenidos— que trataba, justamente, sobre la proletarización docente. El título de ese trabajo, ya no lo recuerdo. Sí, en cambio, recuerdo el que, en el Diario Edición 4, mi amigo y colega, Matías Ruíz Díaz, había colocado en una nota, titulada «Docentes, proletarios del mundo, uníos», que, generosamente, escribió sobre la exposición del Seminario, porque le pareció particularmente interesante el tema. Yo, se lo había comentado a propósito de una alusión que me había hecho él sobre la «proletarización» de los aborígenes, en un libro de un autor que no recuerdo. Entonces, le hice la acotación de que, casualmente, mi Seminario, trataba sobre ese tema. (“Mi” Seminario, es una forma de decir, porque lo hicimos varias personas, un grupo de unas siete personas, más o menos, una situación inusual para este tipo de trabajos).
En aquel trabajo, mi parte fue encargarme de la cuestión más ideológica del tema, porque, ya que me interesaba la filosofía, la profesora Mirta Tornay de Luraschi, me sugirió que lo abordara por ese lado. Y así fue que lo hice, meridianamente bien, o por lo menos, de eso estuve convencido en aquel momento. El libro de cabecera, fue uno de un autor español, de apellido Contreras. Este autor, hacía un análisis de cómo los docentes cada vez más, por las condiciones en que se encuentran para trabajar, el ritmo vertiginoso de los tiempos que corren, el avasallamiento de la ideología empresaria y capitalista en las escuelas, con su retórica de eficiencia y eficacia, etc., van decayendo en su calidad de enseñanza y de actuación, limitándose sólo a hacer lo necesario, dado el acorralamiento de las múltiples tareas que, cada vez más, se les impone a los docentes. A este proceso de decadencia y rutinización de la tarea docente, Contreras le daba el nombre de Proletarización de la función docente.
Evidentemente, a ningún marxista se le pasará por alto que este concepto parte de una cierta visión despectiva del término. Hay, en este proceso, algo que hace más hincapié en la situación de alienación, en la que se encontrarían los docentes, que en capacidad para constituirse en sujeto político. No obstante, Contreras parece abordarlo dialécticamente: es necesario atravesar toda la helada estepa de la alienación —si me permiten parafrasear a Walter Benjamin— para llegar gloriosas praderas de la emancipación proletaria. Y, de hecho, el final del capítulo que comenté en aquel trabajo, dejaba abierta la posibilidad de que los docente, finalmente, se asuman como obreros, que abracen su causa, y que se unan en la lucha contra la explotación capitalista.
Ahora bien, ¿estamos muy lejos de ese momento glorioso? En verdad, nadie podría asegurarlo a ciencia cierta. Hoy, año 2017 de la era cristiana, hay otros indicios de la proletarización docente. Hace un tiempo, se habla de la «profesionalización» docente, que sería, justamente, la contracara de la «proletarización». Sin embargo, parece que este movimiento, que es sólo retórico, porque nunca se da realmente en la práctica docente, ni en sus condiciones laborales, hay lo que Žižek —siguiendo a Hegel— llama «síntesis infinita», donde los opuestos parecen juntarse. Hoy, la profesionalización docente parece coincidir con la proletarización, en el sentido más peyorativo del término.
La profesionalización docente, con su discurso o su retórica sobre la «formación permanente», y el «carrerismo docente» —y eso por no hacer mención de las famosas «cajitas felices», esos paquetes de cursos comprados, avalados por el Ministerio de Educación, que les suman mucho puntaje a los docentes— es la forma ideológica más patente de la proletarización. En otras palabras, la profesionalización docente, antes que ser una oportunidad de mejorar las condiciones de trabajo de los docentes, tanto materiales como simbólicas, es en realidad la forma más acabada de la ideología de turno, del neoliberalismo, de la meritocracia, de la conversión de la escuela de acuerdo con los parámetros de las empresas con fines de lucro.
Quizás, aquellos que pregonan que la educación es siempre un acto político, tendrían una oportunidad si se ponen a analizar cómo la ideología dominante del capitalismo, a través del Estado Capitalista de turno, nacional o provincial, llevan a cabo —incluso a través de sus aparatos ideológicos, como por ejemplo, los gremios docente, AMSAFE, CETERA, etc.— la instalación violenta y repetitiva de este discurso y de sus medidas de acción. Es sintomático que, para ciertas modalidades de la enseñanza secundaria, vengan «con más puntaje» o tengan prioridad para ocupar cargos directivos, aquellos docentes (o «docentas») que ostentan formación en gestión empresarial. La escuela, por si alguno tiene duda, no es ni debe ser nunca equiparada con una empresa. Son dos tipos de organizaciones distintas, y eso sin caer en un pensamiento revolucionario. Lo que hace la diferencia entre una y otra, es su finalidad. La empresa tiene fines de lucro, en cambio la escuela es una organización de existencia, que no tiene —ni debería tener— fines de lucro. La función del director, por esa razón, no puede reducirse a la del gerente general, porque el director deber ser —mal que les pese— siempre un docente. Aquí, no debe haber excusas…
¿Sarmientistas o fuentealbistas?
No obstante, la situación actual deja traslucir la pugna entre dos grandes tipos de «modelos docentes». Si me permiten hacer mención de estos modelos de una manera dicotómica, diré que se trata más bien de tendencias o de posicionamientos subjetivos en el colectivo docente, y no de estructuras rígidas dentro de las cuales se insertarían los pensamientos docentes. Estas tendencias pueden resumirse en dos grandes bloques o conjuntos: la sarmientista y la fuentealbista. En la primera, la subjetividad docente se piensa como eminentemente conservadora, y que toda su actividad debe realizarse dentro de aula o de los gremios docentes. Es la postura que Lenin denominaba «tradeunionista» —en el mejor de los casos—. El docente es un agente del Estado encargado de realzar los valores patrios y toda la ideología que venga del Estado sin cuestionar nada. Una ideología muy similar a la de muchos directores de escuela de la actualidad.
La escuela es, básicamente, para esta tendencia, un Aparato Ideológico de Estado, en el sentido althusseriano del término, aunque quizás estos docentes no lo sepan con la claridad que debieran, tienen consciencia de que están ayudando a construir «una nación mejor», lo que en realidad significa: «Somos siervos inútiles: hemos hecho sólo lo que debíamos hacer» (Cf. Lc. 17, 10). Es tendencia de los docentes que creen que pertenecen a una clase aparte de la clase obrera, a la de los «profesionales» —como los médicos o abogados—. Sin embargo, en las actuales condiciones, «el docente —para fraseando a Goethe— construye un palacio de profesionalización, pero vive en una choza». Es la del docente burócrata, síntoma de la paralización de la docencia como sujeto político emancipador.
En la segunda, la fuentealbista, el docente se piensa como algo más que un simple funcionario o burócrata estatal. Se piensa como sujeto de un cambio social, y ve a la escuela como un espacio de lucha por las ideologías o las «significaciones» sociales en pugna. La escuela, a pesar de ser un aparato ideológico de Estado, no por eso limita todo a un derrotismo determinista, sino que, el hecho mismo de saber que la escuela es una agencia ideológica de los poderes dominantes, es asimismo un lugar de lucha, es decir, de cuestionamiento de lo establecido, de los saberes instituidos, de las prácticas instauradas. Es la posibilidad de un espacio de autonomía.
La escuela es más que un aparato ideológico de Estado, y por lo tanto, su actuación —o bien, la actuación pedagógica— no se limita al claustro ni docente ni escolar, pues esta tendencia tiene vocación de universalidad. Por lo tanto, la lucha está donde deba estar. Como dijo el poeta Raúl García Tuñon: «Cuando haya que lanzar la pólvora/ el hombre lanzará la pólvora/ Cuando haya que lanzar el libro/ el hombre lanzará el libro». Del mismo modo, cuando haya que ir a la escuela, el docente irá a la escuela; y cuando haya que ir a una manifestación, el docente irá a la manifestación. Aunque la formación docente actual no la favorezca, no obstante esta es la tendencia que se perfila hoy como la que va en ascenso y que pronto, esperemos, sea la que se manifieste en todo el movimiento docente.