Porque son las costumbres, y no tanto las tradiciones, las que distinguen a una determinada población. Pero para ser digresivos: ¿quién fue Ireneo Faccioli? En el acceso norte de esta localidad una calle lleva su nombre. Ireneo Faccioli representa en la zona una institución en materia de electricidad y tendidos eléctricos. Hoy le debemos a él en parte, la luz ámbar y urbana, repartida y propagada mediante faroles por calles, pasajes y bulevares de nuestra hermosa ciudad. El común de la gente lo relaciona en cambio con la época dorada del folclore, por su importantísimo rol en el Festival de Música Popular del NEA, el cual llevaba,si mal no recuerdo, la rúbrica de “Capital de la Alegría.”

Calle Ireneo Faccioli
La calle en cuestión está próxima al terreno del Instituto Reconquista, no muy lejos de las márgenes del viejo arroyo El Rey. En el amplio terreno de este instituto solía celebrarse décadas atrás dicho festival. Ésta es una calle con muchas historias, y sin duda la que más impacta es la de aquel buen chico de 22 años y la de un hombre que trabajaba como guardia. En (¿setiembre de?) 1995, ambos fueron salvajamente asesinados dentro de un auto, por un hombre que hasta la fecha permanece en prisión.
Observándola desde la ruta, esta senda siempre me despertó desconfianza e incomodidad. Siempre me pareció una vía que se hundía en la nada misma, en las aguas del arroyo, o bien en una pesadilla increíble y de difícil salida. Sin embargo la vida me ha llevado a circularla en repetidas ocasiones. Con grata sorpresa supe cuán equivocado estuve, pues hoy es una calle muy bien terminada, con un asfalto prolijo por donde transitan por día más de 400 vehículos. La calle Ireneo Faccioli posee además un generoso alumbrado y la vista para quien la recorre es pintoresca a ambos lados.
A la izquierda, por ejemplo, apreciamos un gran pastizal que oculta un marcado desnivel. Se destacan allí los hangares y galpones de una suerte de chacarita/aserradero/corralón en donde sobresalen grandes y pesados objetos de hierro herrumbrado, siempre sobre un suelo accidentado e impreciso. A la derecha se sitúa el terraplén en donde se construyó el escenario del festival en cuestión, más un pequeño complejo de baños y cantinas. Cabe precisar que todas estas construcciones precisan actualmente una buena mano de pintura y presentan ya un marcado deterioro. Más allá del predio se ven el fondo, la arena blanca y las aguas oscuras del arroyo El Rey.
Avanzamos un poco más hacia el oeste. Llega una curva de noventa grados con guardrails que se destacan dañados/chocados. (La curva demasiado cerrada es la responsable de que el proyecto haya sido malogrado, ya que a camiones con gran tara y tamaño, se les dificulta transitar por ella. De hecho, un camión volcó en dicha curva.) Justamente allí es donde comienza la calle en cuestión: Calle La Pampa, más allá de la calle Ireneo Faccioli.
Durante la curva el camino tiene un aire bastante interesante (como si se tratara de algún lugar turístico, algún lugar inolvidable). Termina la curva y avanzamos unos doscientos metros. Ahí mismo vemos un largo portón corredizo del Frigorífico Friar que corresponde a su entrada trasera. Enfrente, a nuestra derecha, se asoman cuatro inmensos piletones rectangulares del tamaño de piletas olímpicas, en un terreno lleno de árboles y con el césped siempre bien cortado. Hay que admitir que lucen hermosos a la vista, pero allí no hay problema por lo que se ve, sino por lo que se huele. Hay que decirlo con resignación: ahí siempre estará el problema de los deshechos de Friar? (un frigorífico tan importante para la ciudad, que brinda una buena cantidad de empleos y de productos alimenticios de primera línea, forExport).
Así, a esta altura, tenemos la opción de entrar al barrio Parque Industrial; de seguir derecho hasta dar con la calle Pietropaolo pasando por el mismo Parque Industrial y por su entrada, o bien de doblar a la derecha, en donde nace un camino de tierra que va hacia el oeste y está bordeado por hermosos pinos. Es decir, la calle La Pampa.
Calle La Pampa
Continuamos por este camino alejándonos de esta calle de doble mano. Al inicio se nos presenta un lindo paisaje rural, desde el cual advertimos unas pocas hectáreas de tierra delimitadas por alambrados de púa, enfrente de los piletones hediondos. Al extender la vista hacia el frente, vemos el camino que se sumerge en la profundidad del verde de la vegetación. Pero a los doscientos metros nos topamos con dos extensos basurales, uno tras otro. Vemos incluso basura colgando, como si adornara las ramas de arbustos y espinillos. Basura en el camino, basura en los charcos de agua, hordas de moscas verdes y perros abandonados. Pensamos en la señora de la camioneta que arruga la nariz y tira la basura, en el changarín que llega con su carretilla y tira la basura. Entre medio de la vegetación, casi escondidas, se advierte la parte superior de chozas construidas con bolsas y ramas.
Nos da la impresión de que ambos basurales son como vertientes/usinas productoras de toda la basura que encuentres tirada en las calles de tu barrio. La escena causa temor, tal vez porque sabemos que la basura es un núcleo de infección y enfermedad bastante serio, y además, por la gran horda de perros que ronda por ahí y que sale a nuestro encuentro.
Todos los problemas y ansias personales, todas las costumbres quedan atrás cuando recorremos este basural: nuestra mente se enfoca en pensar en lugares realmente pobres y miserables intentando adivinar una extraña lógica, una extraña manera de vivir. Para decirlo de un modo exagerado, para pensarlo de una manera cinematográfica, aquella parece ser la morada de un asesino serial, la de un peligro inminente que acecha a los desprevenidos que circulamos por este camino, especialmente de noche.
A pesar de estar dentro del distrito, del segmento, aquí no llega la mano de ninguna institución, mucho menos el cuidado de ningún tipo. Se avanza hacia el oeste hasta llegar a la parte del camino más crítica: una curva en donde siempre abunda un barro aceitoso e inmundo. A partir de ahí, después de la curva, ya no hay tantos deshechos ni tampoco moscas, sólo trozos de vidrio. Recorremos un poco más por ese camino que va de sur a norte y el paisaje se apiada de nosotros (incluso vemos plantas con florcitas amarillas). El mismo bordea (de norte a sur) los barrios: Don Pepito, Santa Rosa, Itatí.
A pesar de todo, a pesar de la conciencia sanitarista, a pesar de la ecología y del cuidado del hábitat y de la medicina preventiva, de todo lo invertido y de todo lo que pudiera hacerse por el bienestar de los habitantes, de todo lo que se ha innovado en materia de educación, en estos basurales todo lo mencionado parece no existir, sino más bien, todo lo tóxico, lo espurio, lo enemigo a nuestra salud es aquí conservado e incluso potenciado.
Preguntamos a los lugareños para saber de su situación de desamparo: para nuestra sorpresa, ellos ya están acostumbrados a rondar por este reino de inmundicias. Nos hablan de imposibilidades, de limitaciones, de basura, calor y frio. En definitiva, todos nos hemos acostumbrado a muchas cosas increíbles de admitir, y ni pensar a las que nos acostumbraremos.
La basura representa las heces del consumo, las cáscaras de lo miserable. Representa sin más la mano que maltrata los elementos básicos para la vida.
Cambiemos.