Cada 30 de abril, se viene festejando desde hace ya muchos años, el día de Santa Catalina, fecha que aproximadamente coincide con la del día de Santa Catalina de Siena, razón por la cual, Doña Rosa (dicho sea de paso, mi abuela) asegure firmemente que se trata de esta última.
Lo cierto es que, pese a las casi inexistentes fuentes bibliográficas históricas sobre esta festividad en nuestra ciudad, la misma tiene una historia digna de ser impresa en los registros que conformarían el patrimonio cultural y el acervo de nuestra querida ciudad.
Un poco de historia
Si bien la devoción de santa Catalina es lo suficientemente conocida en el continente Europeo, y que desde allí se extendió a otras latitudes, parece haber llegado a nuestro país, por medio de la Orden de los jesuitas, la cual (además de san Francisco de Loyola) tiene como patrona a santa Catalina de Alejandría (siglo III a siglo IV d.C.), que se festeja el 25 de noviembre.
Es muy probable que de allí, los aborígenes de las reducciones jesuíticas, hayan adoptado la figura de esta santa para venerarla y rendirle culto. La fiesta de santa Catalina está muy extendida en las provincias de Misiones y Corrientes.
Lo que no se puede determinar a ciencia cierta, es por qué se ha confundido la fecha en que se conmemora a aquella santa con la de otra del mismo nombre, santa Catalina de Siena (1347-1380). La verdad es que en aquellas peripecias del azar de la historia, la devoción de santa Catalina acabó llegando a los pagos de Reconquista.
Doña Felipa Franco (Foto de 1974)
La historia de la fiesta de santa Catalina en nuestros pagos, comienza en la casa de doña Felipa Correa (mi bisabuela) —más conocida como Felipa Franco—, que murió a los 101 años de edad. Si hubiera que poner un punto cero, o un comienzo de la historia de esta festividad, se podría hacerlo a mediados de la década del 30, cuando mi abuelo, Marcos Quiroz, hijo de doña Felipa, recibió, inesperadamente, como regalo la imagen centenaria de santa Catalina. Así fue que: «….Más o menos en 1935, una viejita le entregó a mi marido la imagen de la santa. Era del hijo que murió; era un muchacho que fue perseguido por la policía, ¿viste?, pero nunca lo pudieron agarrar. Después se enfermó mucho y murió. Entonces él le dijo a su madre que se la entregara a un hombre que ella quiera y que, además, quiera tener la santa. Y justo llegó mi marido, y le entregó a él la santita. Le dijo que era del hijo, y que la cuide, si la quería. “¡Sí!”, dice que le dijo mi marido», nos contó Rosa González de Quiroz, nuera de doña Felipa.
Y así la imagen de santa Catalina fue a morar en las inmediaciones de la estación de ferrocarriles de nuestra ciudad: «Y un día —prosigue la abuela Rosa— mi suegra me contó que tu abuelo tenía esa imagen y que siempre la llevaba en sus viajes. Pero después se la dejó a ella para que la cuide».
Así, doña Felipa, fue la custodia de la imagen de la Santa durante muchos años, hasta que un día, en que estaban destechando el rancho donde ella vivía, la imagen de santa Catalina se mezcló entre los restos de paja del viejo techo y se perdió. Entonces, doña Felipa «hizo la promesa de que bailaría, a la luz de la Luna, con la santita si la encontraba», afirma doña Rosa. Se cuenta que la forma para hallar la Santa, que le sugirió doña Felipa a santa Catalina, fue la de un sueño. Doña Felipa soñó con el lugar exacto en el que se encontraba la imagen de la Santa, y en la madrugada, con un candil en la mano, se levantó, y se dirigió al lugar, y la encontró escondida entre las piezas descartadas del viejo techo de paja. «Bueno, entonces, la encontró, y bailó a la luz de la luna un valse, y desde ahí empezó a hacer los bailes: invitaba a sus comadres, las señoras como ella, y le hacía pasteles de arroz dulce con gallina y pasa de uva», recuerda nuestra entrevistada.
Rosa González de Quiroz y Marcos Quiroz
Comienzo de la fiesta de santa Catalina en Reconquista
Así, afirma el relato, fue como comenzó la fiesta de santa Catalina en nuestra ciudad. Cuenta doña Rosa que, después de un tiempo, la fiesta se fue haciendo cada vez más numerosa: «Después ella [doña Felipa], cuidando todas las monedas que le daban a la santita, ya que empezó a venir más gente, le hizo una capillita afuera y una ramada, y ahí se empezó el baile; como el hijo empezó a tocar el acordeón, entonces se hacía baile, con toda la familia, pero afuera: anteriormente, cuando se hacía adentro, se hacía música con una vitrola, y se bailaba ahí, bailaban todas las comadres, y entre mujeres nomás, no había hombres, y yo también ahí metida, era jovencita, tenía 15 años», nos relata la anfitriona. Así —prosigue doña Rosa— «desde esa vez fue cuando comenzaron los bailes. Se hicieron grandes bailes. Primero, el cura no quería (dice que no se le hace baile a los santos)… pero, a mediados de 1940, ponele, ya era… más exactamente en 1944, ya hizo el baile la abuela Felipa, que fue el momento posterior al que perdió y encontró la imagen de la Santa […] Y se hicieron bailes grandes. Hasta el cura, que nunca antes quiso ir, fue a rezar a la fiesta».
Celebración de Santa Catalina, año 1967
Este diferendo con un representante de la cúpula de la Iglesia Católica, fue una ardua lucha de doña Felipa para alcanzar, no sólo el reconocimiento, sino el simple hecho de que sea bendecida su imagen por un sacerdote. Cuenta la abuela Rosa que doña Felipa tuvo que acudir a una serie de ardides para que la imagen de esta santa Catalina fuera finalmente bendecida: «Para poder hacer bendecir la imagen de la Santa, doña Felipa la puso en un crucifijo de plata que tenía ella, que trajo de Corrientes. La colgó así con una cintita; y cuando fue, el padre Lovato le dijo: —“Esto, no: yo bendigo a la cruz, pero a esa imagen, no”. Entonces, doña Felipa le pidió a santa Catalina que le haga soñar la solución para que finalmente pueda ser bendecida su imagen. Entonces, doña Felipa soñó que debía pintarle el manto verde y el pecho, blanco, ¿viste? Entonces, ella buscó un pincel y le pintó el mantito, verde, y el pechito, blanco. Y la llevó. Así fue como entonces el cura bendijo la imagen, que, al otro día, amaneció como está ahora: negrita, sin ninguna pintura».
Desde ese momento, se instituyeron los bailes de la fiesta de santa Catalina, que pronto cobraron una relevancia zonal, y que convocaba a los más diversos músicos de la región. «Ella le hizo la capillita —recuerda la abuela Rosa—, y ella le compraba todas las cosas, y ella le hacía todo el día, y venía toda la gente a comer, pero a nadie se le cobraba nada: era la época en la que «se ataba los perros con chorizos», como quien dice, ¿viste?, eran épocas buenas, mucha plata, sí, el convite. Ella compraba: dos botellas de vermú, unos paquetones así de masitas, y caramelos melaza para todos los chicos, y les daba. Y para las comadres, un vasito así de vermú: servía a todas las comadres, a la tarde. (¡El vermú a la tarde! [risas]) Y al mediodía, la comida». De modo que la fiesta tenía dos partes: una de día y otra a la noche: «La fiesta se hacía de día, y el baile se hacía a la noche. Al mediodía se comía, y a la noche se hacía el baile. Baile nomás. Y a los policías que cuidaban, los hacía entrar en una piecita, y les daba unos pedazos de chancho asado, y una damajuana (ella compraba dos damajuanas de vino); y ese vino les servía a los policías; y los policías daban vueltas, así, y cuidaban la gente, que no se peleen. Y no había borrachos, no se peleaba nadie, nunca se pelearon. Yo me acuerdo que un día, la abuela Felipa, andaba con un palo, por allá por atrás, andaba corriendo a los borrachos que querían entrar, ella los corría con el palo, y rajaban los borrachos; no venían los borrachos», afirma la abuela Rosa.
Celebración de Santa Catalina, año 2017
Mientras se iba desarrollando la conversación, la abuela recordó algunos detalles sobre la música que se ejecutaba en esas fiestas de antaño: «A la Santa le gustaba que bailen, pero sólo un determinado tipo de música: valse, chamamé, tango, milonga; ésa era la música de ella, que le gusta a santa Catalina. Porque eso es lo que la abuela hacía tocar a los músicos».
La abuela Rosa también realizó un balance de los milagros que se realizaron por intermedio de la Santa, tanto en su vida personal, como en la vida de la familia y de otros promeseros que confiaron en la Santa: «Muchas veces, yo cuando estuve muy enferma, a mí me dijeron que yo tenía cáncer, y yo le prometí que le iba a hacer la coronita con unos aritos de oro que me había regalado mi mamá […] y los hice derretir, y con un poquito más de oro, y le hice hacer la corona: todavía vivo y gracias a Dios, no tengo cáncer, todavía vivo. Así que, tenía veinte años, de eso, entonces tenía 20 años, y a ella le pedí… a mi hijo no, no sé por qué, pero él ya se tenía que ir», expresó la abuela en una declaración de fe. Y haciendo un poco de memoria, prosigue: «La verdad que hubo muchos milagros, pero de los que me acuerdo, eran éstos. Ella es milagrosa. Una vez, dicen, que le lastimaron al tío de tu abuelo, y le dieron un garrotazo en la cabeza, y lo trajeron a la policía, lo inculparon y lo encerraron. y entonces, tu abuelo, en fue a caballo y entró hasta dentro de la policía, adentro de la casa, del corralón de la policía; entró a caballo, y les dijo que vean a ese hombre que estaba herido y que lo manden al hospital, rápido. Y rápido lo hicieron los policías, porque él le atropelló con caballo todo adentro [risas]. Y lo mandaron a su tío al hospital y no lo metieron preso, porque no tenía culpa: el tipo, dicen, que estaba tomando, y vino otro de atrás, y le encajó un garrotazo… la Santa estaba con tu abuelo».
La abuela, como testigo ocular y vivencial de los milagros de santa Catalina, nos hace ver que esos milagros están presentes en los momentos más cotidianos de la existencia: «¡Mirá hasta qué me cumple! —nos alerta la abuela Rosa—: yo ayer —porque uno dice: “Bueno, puede salir bien, puede salir mal…”—; hasta en las comidas, cuando hago las comidas, yo le pido a santa Catalina; o sea, cuando tienen que hacer mucha comida así, para gente, yo le pido a Ella [santa Catalina] que salga todo bien. Y así esto [Refiriéndose a la fiesta]: que salga todo bien, que me salga bien. Porque, yo no puedo andar, y no puedo hacer, entonces ahora tiene que hacer otro. Entonces, a veces, no me puede salir como yo quiero. Pero sale como yo quiero, ahora sale. Porque yo le digo a Ella: yo toda cosa que necesite, yo le pido a Ella. Y Ella no sé si me hace caso, la cuestión es que a mí me cumple. Pero no sé quién me dijo que sí, que le cumple, que hubo muchas personas que le han pedido para jubilación, o le han pedido para un juicio, etc.».
Anunciando que la celebración de Santa Catalina ha comenzado,
las banderas de la Santa y del País se sitúan por encima de la casa.
Actualmente, la fiesta de santa Catalina, no se festeja en el lugar de origen, sino en el domicilio de la abuela Rosa, en el barrio Sarmiento de la ciudad de Reconquista, en la esquina de Ituzaingó y Freyre. La abuela Rosa nos cuenta la razón del traslado del lugar de la fiesta: «Bueno, y después, cuando la abuela Felipa falleció, mi cuñada me trajo la imagen de la Santa, porque dijo que era muy chiquita y la podían robar, porque tenía la coronita y el piecito de oro y plata, la iban a robar, y me la trajo. Entonces yo le dije a tu abuelo: —“¿Qué te parece si nos reunirnos acá nomás, la familia para hacer la fiesta?”. Y el abuelo dijo: —“Sí, no nos vamos ir más allá, vamos a reunirnos acá, nomás”. Y entonces ahora nos reunimos acá nomás. Y de ahí empezaron a reunirse. Ahora, se van agregando de nuevo otra gente que no es de la familia, los promeseros, y así empieza a agrandarse de nuevo la fiesta», concluyó la abuela Rosa, que ya cuenta con unos radiantes 86 años.
¡¡¡Gracias por el cumplido, mi amigo!!!
Excelente nota Fabián!!!