marzo 25, 2023
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¡MAMÁ, ESTOY ENAMORADO! REFLEXIONES PARA CÁNDIDOS Y CÍNICOS EN EL DÍA DE SAN VALENTÍN

El amor es un pensamiento

Cuenta la leyenda que Karl Marx —uno de los más relevantes estudiosos, de la esencia del dinero,entre otras— hacía un chascarrillo sobre su desafortunada situación económica afirmando que ninguno de los pensadores que han tratado la cuestión ha tenido tan mala relación con el dinero como él.

La paradoja de Marx es que quien descubrió los mecanismos más sutiles del sistema capitalista de producción y de su ídolo (el dinero) estaba condenado a una vida bastante magra en lo que respecta a sus recursos disponibles. De igual modo, y salvando las diferencias, puedo afirmar lo mismo de mi situación respecto de las cuestiones amoroso-afectivas. Así que, si me disculpan por mi desavenida circunstancia, me gustaría poner sobre el tapete algunas cuestiones sobre el tema del amor, habida cuenta de que estamos en vísperas del afamado Día de San Valentín; conocido también, comercialmente, como el Día de los enamorados.

Badiou suele plantear en varios de sus escritos (y pienso particularmente en sus libros Elogio del Amor y en La República de Platón) que «el amor es un pensamiento». Esta proposición puede a simple vista prestarse a confusión, ya que está muy instalada la idea de que el pensamiento se limita a los fenómenos referidos a las cuestiones mentales, lo que por lo general se encuadra necesariamente dentro del campo de la psicología —en el mejor de los casos—. Sin embargo, cabe aclarar que Badiou tiene otra concepción de lo que es el pensamiento. Primero, que ésta es una concepción filosófica del mismo; o sea, que no se limita a las experiencias personales que uno tenga de sus respectivas representaciones mentales. Segundo, que el pensamiento no se limita a la esfera de lo virtual, es decir, de lo que sólo “pasaría dentro de nuestra cabeza”, como se dice comúnmente. Para Badiou el pensamiento tiene una estrecha relación con la acción, y es ya una acción, un pensamiento-acción. Por ejemplo, una obra de arte es ya un pensamiento y no un producto materializado de alguna representación mental, virtual, del pensamiento. Lo mismo para una intervención política, un descubrimiento científico, etc.

A raíz de esta idea de Badiou —que el amor es un pensamiento, que dicho sea de paso está inspirada en Pessoa—, se me ocurrió pensar que, además de pensamiento, el amor es puede ser entendido como una creencia. Podemos definir a la creencia como un conocimiento del que no tenemos pruebas. Una especie de intuición o de sospecha.

Imagen mercantil del amor y la falsa disyuntiva

No obstante, en lo referido al amor, la cuestión de la creencia sea quizá de capital importancia; y más aún si pensamos que, en las fechas que impone el Mercado a través de sus dispositivos mediáticos, siempre se polarizan dos grandes bloques que expresan un posicionamiento dicotómico —o antitético— entre ellos, a juzgar por lo que se evidencia en ciertas redes sociales, por ejemplo, en Facebook.

Así, por un lado, se presentan aquellos que adhieren acríticamente a lo promovido desde los dispositivos del mercado, es decir, que sucumben a la idea de lo que podríamos llamar amor-mercancía; y por el otro, nos encontramos con los que ironizan cínicamente sobre el amor, sin ser conscientes, la mayoría de las veces, de que de lo que se mofan en realidad es de la imagen mercantil que nos han propuesto desde los dispositivos mediáticos adscriptos al sistema capitalista de producción.

Sin embargo, la dicotomía entre estos dos grupos es solo aparente. En realidad, son como dos caras de una misma moneda. Es más, si se lo ve desde una perspectiva histórico-genética, se podría afirmar que el segundo bloque es el resultado del proceso de desencantamiento que han experimentado aquellos que alguna vez estuvieron apasionadamente involucrados en el primero.

Pero, si se analiza la cuestión más de fondo, se podría hacer una comparación con lo que, por ejemplo, Žižek afirma de las cuestiones referidas a las creencias. La tesis de Žižek es que hoy la actitud filosófica predominante sobre las creencias es el cinismo. Es decir, antiguamente —dice este filósofo— las personas, en público, realizaban ciertas prácticas que expresaban sus creencias, pero en privado cuestionaban esas mismas prácticas y esas mismas creencias. En cambio hoy, en público, expresan su incredulidad abiertamente, y sin embargo en privado siguen creyendo secretamente más que nunca.

Lo mismo se puede afirmar entonces en lo que respecta a la actitud frente a las cuestiones del amor: en público, se ironiza todo lo referente a las cuestiones del amor, se desdeña toda actitud que pueda evocar ternura o afectadas emociones —hasta el punto de que se suele festejar el Día del Anti-San Valentín; sin embargo, en privado se sigue creyendo y sucumbiendo quizá más que nunca a las manifestaciones públicamente consideradas como las más cursis de las expresiones del más meloso romanticismo.

Amor negado, sujeto reactivo

Probablemente, estemos aquí ante un caso de amor negado. O bien, —siguiendo a Žižek, pero también a Badiou— estemos frente a un patente caso de lo que bien podría llamarse fascismo amoroso.

La idea de fascismo a la que nos referimos aquí, es bastante distinta de la de los años treinta. Fascismo aquí significa que se niegan las consecuencias que se siguen de que haya ocurrido un acontecimiento amoroso y de modo tal que se siga viviendo como si en realidad nada hubiera pasado. O peor aún, que se ridiculice aquello que ha pasado hasta el punto de quitarle toda importancia para nuestra vida, cuando en verdad fue un momento muy importante para nosotros.

Este tipo de subjetividad es lo que Badiou denomina sujeto reactivo, que se presenta como negación de aquello en lo que persevera el sujeto fiel,o sea, en las consecuencias que se derivan de un acontecimiento (sea este amoroso, artístico, científico o político). Formalmente, las actitudes frente a estos diferentes tipos de acontecimientos son las mismas; lo que cambia es, justamente, la naturaleza de la verdad que surge de estos procedimientos genéricos (amor, arte, ciencia, política) productores de verdades, como los llama Badiou.

En el sujeto reactivo, el acontecimiento que dio origen a su huella acontecimental —a la que sería fiel el sujeto fiel— es reprimida.Pero no sólo eso.Se intenta también reprimir toda actitud y/o manifestación en donde se ponga en peligro esta represión para evitar que se evidencie la traición que significa haber negado que el acontecimiento realmente ocurrió. En el fondo, el sujeto reactivo fundamenta su acción represiva en el ocultamiento de una traición, y para mantener su semblante de fidelidad, se acopla a meros simulacros de acontecimiento. Uno de estos simulacros es evidentemente la crítica reactiva y cínica de los que se burlan del Día de los enamorados porque se vieron, o bien,  defraudados por su pareja, o bien, por haber tenido “malas experiencias” a raíz de haberse encausado en el devenir de las consecuencias del acontecimiento amoroso. Sin embargo, su desencanto no es fruto de una entrega total y optimista a aquellas consecuencias, sino de no haber sido lo suficientemente obstinados en sostener su fidelidad a aquellas, justamente, hasta las últimas consecuencias de ese proceso. En otras palabras, todos aquellos que se han desencantado del amor, o mejor dicho, de las consecuencias del acontecimiento amoroso, es porque han abandonado por la mitad el proceso mismo del devenir amoroso y por lo tanto no fueron fieles a la huella de ese acontecimiento.

Eso con respecto a los cínicos. Sin embargo, cabe aclarar que quienes son parte del otro grupo, no corren una mejor suerte. Si siguen por ese camino, tarde o temprano terminarán en el bando supuestamente contrario, el de los cínicos. La razón de este nefasto destino es que la imagen del amor-mercancía tiene en su meollo un engaño que es seguramente el correlato del marketing de dispositivo mediático mercantil. Ese engaño es el de hacer creer que las consecuencias del amor son accesibles de manera aséptica, y que no comporta ningún tipo de riesgos.

Sin duda, esto no es así, porque el amor es una aventura, y el devenir del mundo que se despliega a partir de la huella acontecimental, es decir, el presente del amor, sólo será verdad, o mejor dicho, sólo habrá sido verdad si se asumen todos los riesgos que comporta la aventura amorosa, entre las cuales puede encontrarse algún momento de sufrimiento.

La Caída y la Redención en perspectiva

En realidad, hay aquí una cuestión de perspectiva. Podríamos ejemplificarlo con la metáfora teológica-bíblica que propone Žižek sobre la Caída y la Redención, a propósito de la expulsión del Paraíso de Adán y Eva. Žižek afirma —para resumirlo— que en el Paraíso, Adán y Eva vivían felices, sin riesgo alguno, pero, en realidad, no vivían como humanos. La verdadera vida comienza después de la expulsión del Paraíso, en el momento de la Caída, de manera tal que —concluye Žižek—la Caída coincide con la Redención; o sea, la Caída es la Redención misma vista desde la perspectiva del Acontecimiento. De modo que, aquellos que tuvieron una mala experiencia amorosa, quizá deberían pensar que eso no fue en realidad una tragedia, sino un momento de redención, es decir, un momento en el que “se les abrieron los ojos” y pudieron por fin darse cuenta de la farsa pueril en la que estaban viviendo. En este preciso sentido, deberían alegrarse de su situación, ya que su caída fue, en realidad, la redención que necesitaban para poder empezar a vivir una vida auténticamente más humana.

Por Fabián Muchiut

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