La cuestión de las necesidades básicas
En un tiempo que desde los discursos oficiales y desde la Administración del Estado se pregona con insistencia la austeridad hipócrita y el recorte del gasto público, es necesario preguntarse de manera urgente cuáles son las necesidades básicas de los seres humanos.
De acuerdo con lo que sostiene el sociólogo Manfred Max Neef (Max Neef, 1998, págs. 37-82): subsistencia, protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad, y libertad, son las categorías dentro de las cuales se encuadra una infinidad de prácticas y/o microprácticas que serían la expresión de las necesidades básicas de los seres humanos en cuanto tales. Lo cual, nos da un parámetro para poder medir si estas necesidades son satisfechas en mayor o menor medida, y saber a quién le corresponde crear las condiciones para efectivizar dicha satisfacción.
No obstante, no queda muy claro en el libro de este autor si el derecho a defecar es contemplado dentro de algunas de aquellas necesidades. La pregunta no es del todo ingenua si se piensa que en el sentido común, en lugar de decir que alguien tiene que ir a cagar o a mear, se dice eufemísticamente que «tiene que ir a hacer sus necesidades». Y si es cierto que éstas así lo son, deberían estar contempladas dentro de la lista de las necesidades humanas básicas, cuya satisfacción debería ser garantizada de alguna manera y en pie de igualdad con las demás de la misma índole.
Sabemos, por ejemplo, que Platón fue interrogado sobre este asunto cuando un sofista le planteó la cuestión de la existencia de las ideas en el mundo inteligible, reflexionando sobre si en ese mundo existía la idea correspondiente a cada cosa en este mundo, deberían también existir las ideas correspondientes a las cosas bajas y soeces como la suciedad y el barro. La misma pregunta podría hacerse en este caso y preguntarse sobre la situación legal de estas necesidades que, como lo sabemos por experiencia, son tan urgentes, tan humanas y tan básicas.
La esencia humana como cualidad excrementicia
Es más, habría que meditar la cuestión de si la relación de la humanidad con lo excrementicio no es en realidad constitutiva de la esencia de la humanidad misma. (La cuestión se agrava cuando se piensa que, por ejemplo, Lutero, el paladín de la Reforma Protestante, afirmó alguna vez que el hombre es el excremento que sale del ano de Dios).
La cuestión está en pensar que lo que caracteriza a los humanos en cuanto tales, no es sólo su relación con sus muertos, sino también la relación con sus excrementos. Žižek lo plantea de manera clara, haciendo alusión de que nuestra mierda en realidad se relaciona con el Factor X, es decir, con aquello que constituiría la esencia de nuestra singularidad humana. Él lo dice del siguiente modo: «El niño pequeño que da su mierda como regalo está, de algún modo, dando el equivalente de su Factor X. La conocida identificación de Freud del excremento con la forma primordial del regalo, de un objeto muy íntimo que el niño pequeño les da a sus padres, no es tan ingenua como puede parecer: el punto esencial, a menudo desatendido, es que esa parte de mí mismo ofrecida al Otro oscila radicalmente entre lo Sublime y —no lo Ridículo, sino precisamente— lo excrementicio. Es por ello que, según Lacan, uno de los rasgos que distinguen al hombre de los animales es que, para los humanos, la deposición de las heces llega a ser un problema: no porque tenga mal olor, sino porque procede desde nuestro interior más profundo. Los excrementos nos avergüenzan porque en ellos depositamos/externalizamos nuestra intimidad más profunda. Los animales no tienen problemas con sus deposiciones porque no tienen un “interior” como los seres humanos»(Žižek, 2005, pág. 206).
El baño como lugar de pensamiento
Ahora bien, si el lugar de la deposición es importante para los seres humanos —sobre todo porque en éste «depositamos/externalizamos nuestra intimidad más profunda»—, entonces se puede afirmar que esto convierte al baño en un lugar de realización personal. El baño es un lugar que ocupa un lugar central en nuestras vidas, porque nos permite recuperar nuestra intimidad, que es una de las necesidades básicas para el desarrollo humano descriptas por Max Neef, dentro de la categoría de «afecto».
Y eso por no hablar de que esto eleva al baño a un lugar de pensamiento, que además es potencialmente un lugar donde se pueden satisfacer otras necesidades básicas como, por ejemplo, el de la creación, entendimiento, ocio, identidad y libertad. (Y esto sin nombrar la necesidad de protección, que tiene que ver con la seguridad que garantice las condiciones para llevar a cabo la deposición en un ambiente libre de coacciones externas).
Que el baño sea un lugar de pensamiento es algo que yo sabía desde chico. Mi querida madre había afirmado en varias ocasiones que «el baño es un lugar para pensar», y esto lo sabía por mi propia experiencia (y es una de las razones por las que tardo tanto en el baño).
Sin embargo, quien me corroboró la posible universalidad de esta idea fue Umberto Eco, en un artículo en el Diario El País, de noviembre de 1987, titulado El oficio de pensar. Allí, el filósofo da dos ejemplos de que el momento del pensamiento no se da cuando uno trabaja, sino en esos momentos o “tiempos muertos” como cuando se está en el baño. Cuenta Humberto Eco que: «… para Fleming, “James Bond se sentaba en el área de salida del aeropuerto de Miami después de dos dobles de bourbon y reflexionaba sobre la vida y la muerte”. Para Joyce, al final del capítulo cuarto de Ulises, Leopold Bloom está sentado en la taza (si se me permite, está cagando) y reflexiona sobre las relaciones existentes entre cuerpo y alma. Esto es filosofar. Utilizar los intersticios de nuestro tiempo para reflexionar sobre la vida, sobre la muerte y sobre el cosmos. Deberíamos dar este consejo a los estudiantes de filosofía: no apuntéis los pensamientos que os vengan a la cabeza en el escritorio de trabajo, sino los que se os ocurran en el retrete».[1]
Sin embargo, la cuestión del baño se vuelve un verdadero problema cuando pasa de la esfera privada a la esfera pública. Más allá de que, por ejemplo, en nuestra ciudad aún no se ha logrado cubrir con la infraestructura necesaria los servicios sanitarios (agua de red y cloacas) en gran parte de los barrios de la ciudad, el conflicto con los baños se da justamente en los espacios públicos. Hay sin duda una retorcida interpretación de aquella máxima kantiana de que uno debe pensar en la esfera privada pero que en público debe obedecer (aunque Kant, como sabemos, dijo exactamente lo contrario).
Pero, si se piensa en los baños como espacio pensamiento, es entendible que el Estado (municipal, por citar un ejemplo) tenga siempre tan desatendidos los baños públicos, pues, como bien ha afirmado Badiou: «el Estado no piensa”. Los baños públicos siempre se presentan como espacios problemáticos, porque representan el lugar del pensamiento público, donde se podría ejercer —parafraseando a Umberto Eco— el oficio de pensar.
Quizás, para lograr una ciudadanía crítica y participativa, los Estados deberían comenzar por resolver el problema de los baños públicos (pienso por ejemplo, en el de la Plaza 25 de Mayo, que hace tiempo está sin agua de red ¡y en pleno centro!), que son lugares siempre desatendidos y hasta negados; o, por lo menos, problemáticos. Evidentemente, el Estado no quiere que la gente piense, o que si lo hace, que lo haga en sus casas, donde no afecta a nadie. El problema es el debate público y verdaderamente democrático sobre las cuestiones realmente importantes de la ciudad.
En este sentido, cagar (como externalización de la interioridad y el pensamiento) y un lugar adecuado y público para hacerlo, debería estar dentro de las prioridades de las políticas públicas, y además ser tenido en cuenta como necesidad humana básica y, por lo tanto, como Derecho Humano universal.[2]
Por Fabián Muchiut
Tapa: Veronica Cabral de Oliveira
Bibliografía utilizada:
Eco, U. (5 de Noviembre de 1987). El oficio de pensar. El País. Recuperado el 30 de Enero de 2018, de https://elpais.com/diario/1987/11/05/opinion/563065206_850215.html
Max Neef, M. (1998). Desarrollo a escala humana. Conceptos, aplicaciones y algunas reflexiones (Segunda ed.). Montevideo-Barcelona: Nordan-Comunidad.
Žižek, S. (2005). El títere y el enano. El núcleo perverso del cristianismo. (A. Bixio, Trad.) Buenos Aires- Barcelona- México: Paidós.
[1]https://elpais.com/diario/1987/11/05/opinion/563065206_850215.html
[2]Este artículo está inspirado en una charla privada con mi amiga Verónica Cabral de Oliveira, en su casa, durante una reunión con los colaboradores de Raya al Medio. Creo, es necesario, compartir el crédito, aunque lo que dice este artículo es exclusiva responsabilidad mía.