La UNESCO ha declarado al tercer jueves del mes de noviembre de cada año como el Día Mundial de la Filosofía, razón por la cual transcribo a continuación una reflexión sobre una de las ramas más popularmente conocidas, pero igualmente menos comprendidas de esta disciplina, como es el caso de la metafísica. Sin embargo, serán necesario primeramente unas aclaraciones previas.
[¿Cómo nació este artículo?]
Puede ser sospechoso en un momento de tanta agitación social y política como el que estamos viviendo en el Mundo, en general, y en Latinoamérica (en Ecuador, en Chile, Bolivia, etc.), en particular, que no se le ocurra a alguien un tema más importante que el de proponer un debate sobre las diferentes concepciones, usos y costumbres de la cuestión de la metafísica.
Puntualmente, en nuestro caso, presentar el diferendo entre la concepción y uso místico-religioso de los grupos gnósticos y nuestra visión —pretendidamente más racional— de esta rama de la filosofía. Y hay que decir que, en este punto, no soy nada original, pues sólo digo lo que cualquier manual o diccionario de filosofía puede decir, o también en las fuentes de información disponibles en la Web.
Sin embargo, puesto que se hacía necesario sentar posición frente a una cuestión que, en mi opinión, está en la raíz del núcleo ideológico que actualmente comienza a dominar en nuestros país, como por ejemplo una cierta visión “religiosa” de la vida, que en realidad es una concepción dogmática y oscurantista de los fenómenos sociales y, sobre todo, de la política, gracias al avance inusitado de las iglesias evangélicas como es el caso en nuestra ciudad de la denominada Iglesia universal, me pareció justificado ver cómo el cultivo de cierta perspectiva gnóstica favorece, de manera imperceptiblemente directa, la proliferación de cierto(s) tipo(s) de subjetividad(es) que ostentan la visión místico-religiosa (e incluso mágica) de la cual no nos hemos precavido aún lo suficiente como para no dejarnos manipular por aquellos que utilizan esta característica de nuestras matrices de pensamiento para, en última instancia, ir ganando poder político e ideológico con el fin último de enriquecerse; es decir, de perpetuar el orden económico, político, social y subjetivo que nos somete a nuestro actual estado de miseria económica y subjetiva, o sea, el Capitalismo.[1]
Eso en cuanto a mis motivos personales o subjetivos. Pero, objetivamente, este texto nació de una reflexión que escribí en mi diario personal, y que era sólo para mí, para aclararme algunas intuiciones que tenía sobre la temática de la metafísica, porque todo aquel que haya leído un poco, sabe muy bien que la propuesta gnóstica de esta disciplina dista mucho de ser filosófica; sin embargo, era necesario que pueda pensarlo por escrito para poder hacer explícito el porqué de esta intuición.
[Similitudes y diferencias entre filosofía y religión]
Lo que sucedía con mi intuición —pero también lo que nos suele suceder con estas cuestiones “metafísicas”— es que se hace dificultoso establecer un límite preciso entre filosofía y religión. Todos, todas y todes solemos tener en claro que la religión es algo que trata sobre cuestiones como el de Dios y el Diablo, el cuerpo y alma, el bien y el mal, el Cielo y la Tierra, etc. Y puede suceder que cuando comenzamos a leer libros clásicos de filosofía nos encontremos nuevamente con los mismos conceptos, por lo cual, podemos llegar a la errónea conclusión de que filosofía y religión tratan sobre los mismos temas.
Sin embargo, no es tan así. Lo que es más probable es que la religión suele apropiarse de conceptos filosóficos pero con fines totalmente ajenos a los intereses filosóficos. Aquí, puede ayudarnos a entender esta idea de filosofía que tiene el filósofo italiano Nicolas Abbagnano, el cual entiende la filosofía como investigación (Abbagnano, 1994, p. 4); y no recuerdo en este momento si el filósofo lo aclara, pero esta investigación es además de carácter teórico a través del pensamiento racional —podríamos agregar—. Esta idea tiene que ver con el origen etimológico de la palabra filosofía, que como se sabe significa «amor a la sabiduría» (del griego «philos», «amor, amigo, amante»; y «sophia», «sabiduría, saber, ciencia»).
Platón aclara esto es su libro o capítulo VI de La República donde hace contar a su personaje Sócrates sobre la relación de los hombres con el conocimiento: están los sabios, que son los que tienen el conocimiento; y los ignorantes, que no lo tienen. Pero entre medio de ambos, estarían aquellos que desean tenerlo y que por eso lo buscan como un enamorado a su objeto de amor —razón por la cual, dicho sea de paso, Badiou hace decir a Sócrates que «quien no comienza por el amor no sabrá jamás lo que es la filosofía» (Badiou, 2013, p. 221). Así —para no extenderme más— podemos decir que la filosofía tiene un deseo de conocer o de sabiduría, pero por medio del pensamiento racional.
En cambio, en la religión, si bien puede parecer que a veces habla el mismo idioma de la filosofía, su intención o su propósito es totalmente distinto. Puede ser que coincida en conceptos e incluso en el método (como por ejemplo, en san Agustín), pero su propósito es afirmar la creencia y que esa creencia sea incuestionable. O sea, por más que tengamos que leer todos los libros de filosofía, de literatura y de ciencias naturales y sociales, etc., el fin último de esta investigación en el ámbito religioso no sería cuestionar sino confirmar la creencia en algo que excede todo conocimiento humano y que no podemos explicar.
Y si bien es cierto que en filosofía y en las ciencias podamos encontrarnos con un obstáculo semejante, esto es sólo una derrota provisoria, que incluso si pudiera ser insalvable existe la certeza de que en algún momento pueda incluso explicarse racionalmente por qué es imposible no poder explicar eso con lo que nos topamos como conocimiento imposible. O sea, supongamos que estamos locamente enamorado de alguien y sabemos además que ese alguien nos ama. Pero sucede que en algún momento se nos priva por la fuerza de poder acceder al amor de esa persona.
Así, por ejemplo, la religión nos llevaría a aceptar eso como una verdad revelada, como la voluntad de Dios. Pero la filosofía —o el filósofo/a/e— no se contentaría con la resignación, sino que trataría de explicar por medio de la teoría racional qué es lo que pasó. En resumen, la función de la filosofía y de la religión se diferencian en que la filosofía tiene una función que podemos llamar crítica, en tanto que siempre tiende a buscarle la quinta pata al gato, o sea, a socavar los supuestos sobre los que se asientan los pensamientos de cierto orden dominante. En cambio, la religión tiene una función apologética, es decir, que se aboca a buscar una razón última y un significado a nuestras vidas, independientemente de si esa razón y ese significado sean susceptibles de ser explicados algún día.
Lo que creo que me quedó por decir, es por qué a veces los conceptos filosóficos y religiosos coinciden, por lo menos en el nombre. Bueno, para decirlo en pocas palabras, la razón de tal coincidencia radica en que, por ejemplo, en la religión cristiana, los primeros teólogos o sistematizadores de los dogmas religiosos, se han valido de la filosofía —en especial de la filosofía griega antigua— para pensar sus bases doctrinarias. Y así, conceptos como Dios, alma, cuerpo, etc., han sido utilizados pero no para pensar y socavar los supuestos de las doctrinas filosóficas en vistas a descubrir su núcleo racional, sino para confirmar su “verdad” mística o religiosa. Y es en este punto que filosofía y religión se separan, por más que utilicen conceptos con el mismo nombre. Es lo que sucede en el caso de la utilización que los gnósticos hacen del concepto metafísica.
[El uso místico-religioso de la metafísica]
La metafísica, como es sabido, es en sentido riguroso una parte o rama de la filosofía que trata de cuestiones que generalmente trascienden o están más allá de la experiencia o realidad empírica, como por ejemplo: el ser, la nada, la sustancia, Dios, el alma, la muerte, etc. Es por esta razón que se la suele asociar con cuestiones místicas y relacionadas con la religión o religiones. Y, de hecho, no es casualidad que los grupos gnósticos prosperen actualmente en este sentido —aunque hay que decir que este movimiento de la denominada New Age o Nueva Era hace tiempo que se apropió de este concepto y prueba de ello es la gran cantidad de libros que existen al respecto—.
Los planteos de estos grupos gnósticos giran en torno por lo general de una especie de síntesis ecléctica entre conceptos de la filosofía griega generalmente presocrática —más específicamente las doctrinas esotéricas de los pitagóricos— con conceptos de las religiones orientales o del budismo, entre otras. Hay que reconocer que la síntesis lograda por estos pensadores–místicos de la Nueva Era está realizada de manera muy convincente, incluso de manera muy “filosófica”; pero también hay que decir que en última instancia, aunque se basen en teorías filosóficas, su orientación —o fin último— no es filosófica, sino práctico-mística o religiosa, que es lo que trataremos de discutir en este artículo.
En esta línea de pensamiento práctico-místico-religioso es que el Grupo de Metafísica de Reconquista entiende la metafísica. Y no es que no se nutra de los aportes de los grandes (y de los no tan grandes) pensadores clásicos. El problema, en mi opinión, radica en el modo de enfocar o en la perspectiva desde la cual se la aborda, que evidentemente dista mucho de ser filosófica, porque se centra en un principio que más bien podríamos llamar dogmático. Esto significa que, si consideramos a la filosofía como una práctica teórica que tiende a poner en cuestión o problematizar todos los supuestos de nuestro pensamiento a la luz de la razón, la metafísica, en el caso de este grupo, es abordada como un corpus de saberes incuestionables en los que uno debe iniciarse, pero no ejerciendo la reflexión filosófica autónoma, sino aceptando acríticamente estos conocimientos para asumirlos como verdades reveladas; en otras palabras, para aceptarlos como dogmas de fe.
No cabe duda —sobre todo para aquellos a los que les interesa la filosofía— que la metafísica en particular, y la obra de los filósofos en general que a lo largo de la historia han dedicado su pensamiento a estas cuestiones, sean un tipo de pensamiento apasionante y que por lo tanto puedan servir de estímulo y herramienta para el crecimiento intelectual y afectivo de las personas; pero si hay un tipo de actitud que debería evitarse, especialmente en la filosofía, y que se contrapone a toda práctica filosófica, es la de concebir los aportes de los grandes Maestros de la filosofía como verdades eternas sin que medie examen crítico y racional para determinar que efectivamente lo sean. De modo que la metafísica, utilizada como un acervo de verdades reveladas a priori, es una actitud propiamente religiosa y no necesariamente filosófica.
Lo que aquí sucede es que hay un uso ideológico de la metafísica que tiende a ver en ella no el resultado de un proceso de pensamiento que aún no ha concluido, sino, en el mejor de los casos, como una religión, y en el peor, como un conjunto de recetas “filosóficas” para la autoayuda. En otras palabras, para un uso ideológico/religioso de conceptos filosóficos/científicos. Y eso por no hablar de la cuestión de la descontextualización y del vaciamiento de contenido intrínsecamente filosófico de aquellos pensamientos para insuflarles otros de índole mística religiosa. Aquí cabe la siguiente aclaración: en primer lugar, que quienes están detrás de este Grupo de Metafísica, son los denominados gnósticos en su variante New Age, cuyo objetivo no sería problematizar los conceptos o ideas de la metafísica, sino identificar un supuesto núcleo teológico —esto es: místico-religioso— para luego aceptarlo como una esencia invariable, inevitable e inmodificable, una especie de punto de detención del pensamiento en el cual ya no es posible ir más allá, un ejemplar del non plus ultra de la actividad filosófica y racional.
En este sentido, la estrategia gnóstica es lo inverso de la actitud filosófica: mientras que la filosofía buscaría, por ejemplo, el núcleo racional de la religión, los gnósticos buscarían el supuesto núcleo religioso o místico de la filosofía. Y este núcleo místico-religioso de la filosofía sería, en última instancia, lo que este grupo llama metafísica. Lo paradójico de todo esto es que en filosofía no existe tal núcleo duro o punto omega de detención de nuestra indagación, puesto que el proceso sería infinito. O mejor dicho, ese punto omega sería, en última instancia, el vacío mismo, que según filósofos como Badiou afirman que es “el nombre propio del ser”.
[Origen etimológico y delimitación del campo de la metafísica como parte de la filosofía]
Ahora bien, ¿qué se entiende en filosofía por metafísica? O mejor aún, ¿de dónde viene ese nombre? Al parecer, el primero en acuñar el término metafísica fue Andrónico de Rodas, cuando estaba tratando de editar los libros esotéricos de Aristóteles. Así, fue ordenando los libros de acuerdo con el contenido de cada uno de ellos, y poniéndoles sus respectivos títulos: la política, la ética, el conocimiento de lo vivo y de los animales, la física, y un grupo de textos mayores que trataban sobre la ciencia del ser en tanto ser, los primeros principios y las primeras causa, la sustancia y Dios, en definitiva, lo que Aristóteles habría llamado más bien, si hubiera tenido que poner él mismo un título, textos de «filosofía primera».[2] Y así, a estos textos, por encontrarse después de los libros que hablaban de física, les puso el nombre de «Meta ta physika», que significaría: «el libro que está después de la física», pero también «más allá de la física», como señala acertadamente Comte-Sponville en su Diccionario filosófico (porque en griego la palabra meta tiene las dos significaciones). De este modo —prosigue este filósofo— «el hábito impuso, a lo largo de los años, la denominación de metafísica a todo lo que iba más allá de la física, es decir, y más generalmente, más allá de la experiencia y, por tanto, del conocimiento científico o empírico».[3]
Sin embargo, el significado que el término metafísica tuvo a lo largo de la historia de la filosofía no se mantuvo con una única e igual significación. Por citar sólo el ejemplo de Kant, al final de su Crítica de la razón pura, define la metafísica como «el completo conocimiento filosófico (tanto verdadero como aparente) por razón pura, en interconexión sistemática […] aunque este nombre puede dársele a toda la filosofía pura, incluida la crítica…» (Kant, 2007, p. 852), razón por la cual divide la metafísica en metafísica de la naturaleza (teoría del conocimiento) y en metafísica de las costumbres (ética). No obstante, este filósofo hace una salvedad sobre la cuestión de la posibilidad de una filosofía general, que me gustaría compartir aquí:
El sistema de todo conocimiento filosófico es la filosofía. Se la debe tomar objetivamente, si se entiende por ella el modelo para la evaluación de todos los ensayos de filosofar, la cual [filosofía] ha de servir para evaluar toda filosofía subjetiva, cuyo edificio es, con frecuencia, tan múltiple y cambiante. De ese modo, la filosofía es una mera idea de una ciencia posible, que no está dada en ninguna parte in concreto, a la cual, empero, uno procura aproximarse por varios caminos, hasta que se descubra el sendero único, muy invadido por el crecimiento de la sensibilidad, y se logre hacer igual al modelo —tanto como ello sea concedido a los hombres— la copia, que hasta ahora es fallida. Mientras [eso no se haya alcanzado], no se puede aprender filosofía; pues ¿dónde está, quién la posee, y cómo se la puede reconocer? Sólo se puede aprender a filosofar, es decir, [sólo se puede] ejercitar el talante de la razón siguiendo, en ciertos ensayos que están disponibles, los principios universales de ella; pero siempre con la salvedad del derecho de la razón, de examinarlos a ellos mismos en las fuentes de ellos, y de confirmarlos, o recusarlos. (Kant, 2007, p. 849)
Rescato de este párrafo las siguientes ideas: 1) que Kant entiende por filosofía a la legislación de la razón; 2) pero esa filosofía es sólo la «idea de una ciencia posible» que todavía no existe en ninguna parte; 3) Por lo tanto, hasta que no exista un corpus unificado de la filosofía, «no se puede aprender filosofía, sólo se puede aprender a filosofar»; 4)sin embargo, la filosofía debe encargarse de vigilar y evaluar los «ensayos que están disponibles» de filosofías, «examinarlos», y a partir de allí, «confirmarlos» o «recusarlos». En otras palabras, para Kant la metafísica es el sistema filosófico en todo su conjunto, es decir, la filosofía misma, o mejor dicho, la filosofía trascendental misma, como llama este filósofo a su sistema.[4]
[Consideraciones finales]
Ahora bien, ¿cuál sería el problema de esta utilización práctico-mística de la metafísica por parte de los grupos gnósticos? En verdad, siempre y cuando se aclaren las cuestiones desde un principio, no habría ningún problema. Pero suele pasar que generalmente los gnósticos afirman estar aprendiendo conocimientos, pero su eclecticismo no permite llegar a una delimitación clara de lo que está en juego en el proceso de construcción de conocimientos, llegando a caer en una especie de pragmatismo epistemológico, puesto que todos los conocimientos son igualmente válidos siempre y cuando sirvan a los intereses de cada uno. Esta es la lógica que subyace justamente en la relación que tiene el Capitalismo con la ciencia, con el arte, con la política, con el amor, y, obviamente, con la filosofía (y también con la metafísica).
Con la metafísica —desde la perspectiva gnóstica— sucede hay que darle un estatus gnoseológico superior, porque trata de conceptos e ideas de las que muy improbablemente podamos tener experiencia en cualquier momento y lugar. Se necesitan ciertas condiciones, cierta preparación ascética para acceder a esos conocimientos, cuyo modo de iniciación mistagógica no es necesariamente una característica de, por lo menos, la intencionalidad de la filosofía, pues, ésta si bien estuvo escondida (esotérica) durante mucho tiempo, pretende ser universal y accesible a todos los seres humanos, seras humanas y seres humanes. La filosofía no tiene profetas, aunque tenga Maestros, pero tanto éstos como cualquiera no tienen la última palabra, sino el examen concienzudo de la razón. «Amicus Plato sed magis amica veritas» [«Soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad»], reza el adagio latino que da a entender que en filosofía lo que importa no es la palabra de autoridad, sino la verdad que se descubre a la luz de la razón.
En cambio, nada de esto hay en los gnósticos, porque tienen procedimientos iniciáticos propios de las agrupaciones místico-religiosas. Están más del lado del oscurantismo y no del iluminismo. En pocas palabras, los gnósticos han caído en la sutura (en el sentido badiousiano del término) de la filosofía a la religión, o a algún tipo de ideología mística, aunque no se defina como religión (porque en realidad es un bricolaje o mix de religión, ciencia, arte, filosofía, pero no es ninguna cosa en particular, aunque es evidente que su intención es místico-religiosa).
Sin embargo, la tarea actual de la filosofía consiste en extirparle el núcleo místico-religioso que todavía subyace dentro de su propio núcleo (como por ejemplo, la idea del Otro). La filosofía piensa pensamientos, pero pensamientos que son inmanentes, o mejor dicho, pueden ser trascendentes pero dentro de su misma inmanencia. Y así como el Dios de San Agustín que está en nuestro corazón, el núcleo racional de la filosofía o el núcleo verdadero, que es lo mismo, aunque trascendente en cierto sentido, es inmanente a un mundo que nace a partir de un acontecimiento: Una inmanencia trascendente que es una trascendencia inmanente. Pero ese paradójico núcleo sólo puede ser capturado por el pensamiento político, científico, artístico o amoroso, pero nunca por el “pensamiento” religioso. Y si se quisiera, sólo les diré que eso sería una especie de remedo de pensamiento, razón por la cual la filosofía está siempre del lado de la(s) verdad(es), mientras que la religión lo está del simulacro.
[Bibliografía]
Abbagnano, N. (1994). Historia de la filosofía (Cuarta ed., Vol. I). (J. Esterlich, & J. Pérez Ballestar, Trads.) Barcelona: Hora.
Badiou, A. (2013). La República de Platón. (M. d. Rodríguez, Trad.) Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Comte-Sponville, A. (2005). Diccionario filosófico. (J. Terré, Trad.) Barcelona; Buenos Aires; México: Paidós.
Deleuze, G. (2001). ¿Qué es la filosofía? (Sexta ed.). (T. Kauf, Trad.) Barcelona: Anagrama.
Kant, I. (2007). Crítica de la razón pura. (M. Caimi, Trad.) Buenos Aires: Colihue.
[Notas]
[1] Hay que tener en cuenta además que es probable que una subjetividad acrítica y/o dogmática, como la que se promueve desde las iglesias evangélicas, es más fácil de manipular, por lo menos masivamente, que una subjetividad crítica y cuestionadora. (Salvo que se les vaya de las manos este método de dominación, como le pasó a los EEUU en Afganistán con Osama Bin Laden y los talibán). Sin embargo, lo que está en juego aquí es la cuestión de una subjetividad heterónoma y una subjetividad autónoma; o sea, aquella cuestión que ya planteó Kant en su famoso artículo ¿Qué es la Ilustración?: pasar de la minoría de edad a la mayoría de edad en el uso de la razón. Ver Kant, I. (2004). Filosofía de la historia. Qué es la Ilustración. (E. Estiú & L. Novacassa, Trads.). La Plata: Caronte, p. 33-9.
[2] Ver «Metafísica» en Comte-Sponville, A. (2005). Diccionario filosófico. (J. Terré, Trad.) Barcelona; Buenos Aires; México: Paidós. p. 347-48.
[3] Ibídem.
[4] Sobre este tema, es interesante leer el «Capítulo tercero de la doctrina trascendental del método» en Kant, I. (2007). Crítica de la razón pura. (M. Caimi, Trad.) Buenos Aires: Colihue, p. 844-60.