CONSIDERACIONES AUTOCRÍTICAS DE UN FILÓSOFO EN SU DEVENIR
Es probable que a la mayoría de las personas no les quite el sueño la cuestión de si es posible (y deseable) ser un filósofo en Reconquista. Y, quizá, la razón de ello radique en que, a simple vista, no parezca ser una cuestión urgente a resolver. Y, aceptando la no-urgencia de la cuestión, propongo entonces que la tomemos con calma y con todo el tiempo necesario, con ese estado relajado que es el de las caminatas a la madrugada, cuando uno se ha levantado demasiado temprano y tiene que «hacer tiempo» para ir a trabajar o ir a otro lado.
Lo que motiva mi escrito aquí, es que luego de los dos textos que le dediqué al libro de Eduardo Paoletti, me llamaron la atención algunos breves comentarios críticos que pude leer en las redes sociales ―sobre todo en Facebook―, cuyo blanco no era algún texto o el libro de Paoletti mismo, sino mis propios escritos. Me daría mucho gusto saber si han leído los textos completos, pero aun así, esos comentarios son indicadores de cómo se está instalando la cuestión a nivel social/mediático, todo lo cual me interesa mucho.
POR QUÉ ES IMPORTANTE EL LIBRO DE PAOLETTI
La primera crítica de la que tuve noticia, fue en la que se me reprocha que pierda tiempo dedicándome a leer y analizar el libro de Paoletti habiendo tantas otras cosas importantes que hacer o pensar. Evidentemente, ―y a juzgar por el malestar ambiente tanto a nivel nacional como también provincial y local―, dedicarse a pensar un libro como el de Eduardo Paoletti parece una pérdida de tiempo, una sartreana pasión inútil, un «preludio de zapallos» ―si me permiten la expresión creada por mi queridísima amiga Noelia Barolin―. Es más, dentro de las obras de literatura universal ¿dónde encajaría la obra incipiente de Paoletti? ¿Acaso no hay en nuestra ciudad obras de mayor envergadura teórica que merezcan la pena ser analizadas seriamente para el progreso de las luces de la ciudad? Es más, alguien que se jacte de filósofo ¿no debería dedicarse a cuestiones realmente importantes como la cuestión social y los importunados casos en los que el Estado yerra, a veces adrede, cometiendo las más flagrantes injusticias?
Todo esto es posible, y quizá hasta loable. Sin embargo, habría que decir algo sobre la función del filósofo, y es que ésta no puede, en principio, estar determinada por la agenda política o social que se instala dominantemente en un momento histórico dado. En otras palabras, el filósofo debe crear sus propios problemas independientemente de la coacción social de turno que, de hecho, es una ficción formada, por lo general, desde los medios hegemónicos y no una realidad en tanto tal, o mejor dicho, es la Alegoría de la caverna de Platón llevada a la práctica.
Ahora bien, lo que yo le diría sobre por qué elegí el libro de Paoletti, es lo siguiente: En primer lugar, es el primer libro teórico, escrito por un político profesional de la ciudad, sobre diversos temas que rozan los más candentes problemas filosóficos y políticos de la ciudad. De hecho, en la producción literaria local, existen libros de historia, desde Ruggeroni hasta Alejandro Vidoz, pasando por otro montón de autores ―algunos de los cuales desconozco― que trataron la cuestión política y filosófica (como por ejemplo, la cuestión de los masones en Reconquista, de Vidoz) desde una perspectiva histórica, con una intencionalidad histórica explícita; no obstante, aunque en sus relatos se trasluzca un posicionamiento político explícito, todos estos libros nunca podrán ser confundidos con tratados o ensayos filosóficos, puesto que están encuadrados dentro de la disciplina historiográfica. Y mi intención no es hacer una epistemología de la historia.
En cambio, en el libro de Paoletti hay una línea muy delgada que separa lo político de lo filosófico, sobre todo si pensamos que él se presenta en su libro como «auxiliar de la Cátedra de Filosofía del Derecho de la Universidad Católica de Santa Fe»; y, aunque el auxiliar no es el titular, y depende de lo que este último le diga, que Paoletti pretenda ocupar el lugar vacío de la Filosofía en Reconquista, es para mí un llamado de atención, una advertencia de que no debo «dormirme en los laureles», filosóficamente hablando. Digámoslo de este modo, y aquí explicito uno de mis supuestos sobre los que justifico mi crítica al libro de Paoletti, y que se puede expresar más o menos así: Tesis 1: «En Reconquista, nuestra ciudad, el lugar del filósofo está vacío». Por lo tanto, Tesis 2: «Si ese lugar está vacío, eso significa que puede ser ocupado por cualquiera».
Ahora bien, la cuestión era averiguar si Paoletti era el candidato para ese puesto y si con su libro él efectivamente iba a ocupar ese lugar. A muchos les debe quedar la duda ―aunque muchos otros están seguros de que eso sería imposible, aunque no sepan por qué ni hayan leído el libro―, de si efectivamente Paoletti no es ―luego de la muerte de nuestro gran Sofista Pablo Alcides Pila― quien iba a ocupar el lugar del Filósofo en Reconquista. Yo mismo hubiese dudado de no haber leído el libro, y digo para tranquilidad de los que no lo leyeron, que efectivamente Paoletti llega a lo sumo a la calidad de «intelectual» o de «sofista menor» de la ciudad, pero que no ocupa para nada el lugar del «filósofo». Porque, evidentemente, en sus escritos no hay nada que vaya más allá del sentido común dominante, o de lo que dice el Estado, no hay novedad en sus planteamientos, salvo la del libro mismo, y además, no «hace ningún agujero en los saberes establecidos», o sea, no llega a ninguna verdad, ni siquiera a una verdad política, porque su “verdad” es la de la adecuación de la realidad o de la sociedad con el Estado, cuando, en realidad, una verdad está siempre a distancia del Estado. En este sentido, es cierto lo que dice Badiou de los intelectuales ―que son los «perros guardianes de los poderosos»―, y Paoletti, con sus pensamientos, parece confirmar esta idea.
Sin embargo, llegar a estas conclusiones hubiera sido imposible sin pasar antes por la ardua tarea de leer el libro de Paoletti. Pero la pregunta es: ¿era realmente importante que averiguarlo? Sin duda era importante, aunque no sé si para todo el mundo; no obstante, lo era para mí, en tanto filósofo. Aunque comprendo que para otras personas no lo sea. Pero que no sea importante para ellas, eso no significa que no lo sea para nadie. Aunque yo en su lugar, haría una obra sobre el libro de Paoletti, o bien, una comedia sobre un profesor en Ciencias de la Educación subocupado, al cual la provincia no le reconoce el título de Licenciado en Filosofía, y que, como le sobra el tiempo, se dedica a hacer críticas que a nadie le importa sobre libros que nadie quiere leer. Ciertamente, me encantaría ver una obra así.
LA INDIFERENCIA DE LA PLURALIDAD DE VOCES
La otra crítica que me pareció significativa, ―aunque tan dolorosa y significativa― fue que se dijera de mi artículo (o por lo menos, eso se infiere por el contexto) las mismas palabras con las que yo resumo la estructura general del libro de Paoletti. O sea, que en este artículo mío, si no entendí mal, no se vislumbra una teoría propia y que había muchas teorías yuxtapuestas, algo parecido a un trabajo práctico de los primeros años de la Universidad, que «cuando más citás, menos entendés». En esto, esta crítica, quizá tenga toda la razón, sobre todo en hecho de que cito mucho y evidentemente todavía no tengo una «teoría propia». Pero, en nuestra ciudad ¿quién la tiene? Si la hay, sería interesante conocerla. No obstante, eso me hizo recordar a unas agudas observaciones de mi amiga Verónica Cabral de Oliveira ―una de mis más temidas críticas― sobre la pluralidad de voces de mis escritos, en donde es difícil percibir con claridad cuál es mi «voz propia», la cual, para mí está siempre como horizonte de sentido de toda esa pluralidad de voces, porque ―si me permiten la confesión― es muy probable que tanto Badiou, Žižek, Marx o Spinoza ―por nombrar a mis maestros más citados― no digan nada en el sentido que yo suelo darles a sus citas en mis escritos. No obstante, en el comentario y en la retorcida interpretación que yo hago de esas citas, creo yo estar expresando de un modo inaudible mi «propia voz». Pero, ciertamente, esta es una cuestión de estilo, y como tal, una especie de «inconsciente estético rancieriano» del que no sé si es posible salir tan fácilmente.
No obstante, no es cierto que yo «no tenga una teoría propia»; ciertamente, la tengo, sólo que aún está en modo esotérico, latente, implícito. Sin embargo, es cierto que le falta una formalización más acabada para lograr el paso de estado esotérico al exotérico, patente o manifiesto. De todos modos, está bien que me lo recuerden, que me fuercen a ir formalizando cada vez más mi «propia voz», que posiblemente, no signifique nada para el avance del conocimiento, pero puede ayudar a tener una actitud más reflexiva ante el conocimiento ―y ante la realidad―. Obviamente, eso no significa mucho, es un aporte muy modesto, casi insignificante, una especie de nada supernumeraria, pero sin la cual el todo sería, paradójicamente, incompleto. Esta es otra tesis: Tesis 3: «Existe la nada del todo, pero que no es parte del todo, sino su resto excedente».
Ahora bien, si se tiene en cuenta esta última tesis ―que en realidad es la primera―, se puede entender toda mi crítica a Paoletti, sobre todo se puede ver con claridad el lugar desde el que me posiciono para evaluar su pensamiento. Para decirlo resumidamente, Paoletti está inscripto dentro del Todo-Uno estatal. Yo me posiciono en el de la Nada-Múltiple no-estatal, donde este “no”, no significa negación, sino destotalización, agujereamiento, de la estructura estatal. Aquí, de nuevo habla a través de mí el pensamiento de Badiou y Žižek ¿Y mi voz? ¡Oh, no, creo que me he quedado afónico!
Bello. Realmente bello… Aunque sé que no fue su intención, lo estético del razonamiento me puede. Lejos estoy de entender plenamente, y me duele un poco reconocer mi ignorancia teórica, no obstante sé vislumbrar (aunque más no sea intuitivamente) hacia dónde se dirige y me gusta aún más.Titánica y necesaria tarea la de pensar y repensar de manera profunda la existencia misma en la Perla del Norte. Nuevos caminos llevan a nuevos puertos y, naturalmente, a nuevos desafíos.Un gran abrazo, mi amigo, y como de costumbre, un placer escucharlo.