El joven Jordi Altamirano, entre otras cosas, estudiante del Profesorado en Ciencias de la Educación, nos invita a pensar sobre la relación entre poder/saber/placer a través de una lectura de la Historia de la sexualidad, una ya clásica obra del filósofo francés Michel Foucault. Lo cual nos lleva a reflexionar sobre nuestra situación respecto de la coacción de los discursos dominantes en cuanto a la cuestión de la sexualidad, pero a su vez, nos interpela para tomar parte en una súbita resistencia a esos discursos.
Breve preludio: «el Darío Z» de Reconquista
« ¡Es una suerte contar con la presencia de Jordi: él es nuestro Darío Z! », nos cuenta Angi, una joven y entusiasta arquitecta que, según afirma, se encarga de «mantener un poco la imagen de El Remanso». Y así es: el pasado domingo 15 de abril, se realizó allí una charla dedicada al Tomo I de Historia de la sexualidad del filósofo Michel Foucault, que el joven estudiante del profesorado en Ciencias de la Educación, Jordi Altamirano, compartió con un público claramente interesado en la lectura de este libro (interés presumiblemente despertado por la inquietante cuestión de la sexualidad humana).
El contexto filosófico de Foucault
La exposición comenzó con una breve introducción que contextualizó la Historia de la sexualidad I dentro del pensamiento de Michel Foucault. Este filósofo —según nos informa Jordi—, tenía en mente escribir seis tomos de Historia de la sexualidad, pero sólo pudieron ver la luz tres de ellos. Jordi infiere que fue lo delicado y transgresor de la temática lo que hizo que se vieran impedidas las ediciones de los tomos IV, V y VI de esta obra maestra del pensamiento, como también la excesiva dilación de la publicación de los tomos II y III, que Foucault recién pudo ver diez días antes de su muerte.
La lectura de Jordi se centró en la relación que presenta Foucault entre el poder, el saber y el placer. La interrelación entre estos tres dispositivos da como resultado una red compleja en la que las microprácticas se mezclan con los discursos dominantes, y dan como resultado una sociedad de control sobre las prácticas sexuales, a través del dispositivo cristiano de la confesión. Hoy—dice Jordi parafraseando a Foucault—, se habla de sexo más que nunca en la historia. Sin embargo, eso no significa que seamos libres de toda coacción discursiva, sino todo lo contrario: el poder se ha colado dentro de nosotros como un gusano, y nos corroe desde el interior, a través de la internalización de los discursos que se cuelan en nuestras almas y —sobre todo— en nuestros cuerpos a través de lo que Foucault llama micropoderes.
Anatomopolítica, biopolítica, ars erótica y sciencia sexualis
La dialéctica entre anatomopolítica y biopolítica, determinan esta compleja red de dispositivos que tratan de controlar nuestra vida cotidiana en lo que se refiere a la sexualidad. Estos dispositivos funcionan de acuerdo con el modelo del panóptico de Bentham, que se implementó primeramente como modelo en las fábricas y en las cárceles, para luego ser adoptado por las más diversas instituciones, como las escuelas, los hospitales y los regimientos.
Otro tanto puede afirmarse de la relación entre ars erotica y sciencia sexualis: el saber-poder no sólo sobrevuela nuestras microprácticas sexuales, sino que llega a cierto nivel de capilaridad que llega hasta las profundidades de nuestra vida cotidiana. Hasta en lo más remoto de nuestra existencia, el poder y el saber hacen mella sobre el placer, pero no cómo un titiritero, sino desde el interior mismo del dispositivo sexual.
Poder y resistencia al poder
No obstante, Jordi nos invita junto con Foucault a tener en cuenta esta máxima que nos recuerda a las ideas de Mao: «Donde hay poder, hay resistencia al poder». De hecho, la resistencia al poder, no sería otra cosa que el empoderamiento de los sujetos que a través de microprácticas revolucionarias que se sacan de encima —por así decirlo— el sayo de los discursos dominantes, y crean nuevos discursos y nuevas prácticas. En otras palabras, instituyen un nuevo dispositivo que implica un nuevo ordenamiento en la relación poder-saber-placer.
A grandes rasgos, estos y otros temas fueron los que estuvieron presentes en la charla-clase de Jordi Altamirano que —según afirma— es la primera de lo que serán varios encuentros a confirmar. De todos modos, hubo una pregunta que tiñó los temores inconscientes sobre la posibilidad de que alguien tan joven —y por lo tanto, reo del delito de inexperiencia— pueda hablar de un filósofo tan complicado como Foucault.
Consideraciones finales y digresión sobre el expositor
Ahora bien, la pregunta que se impuso con insistencia desde el anuncio del evento fue la siguiente: ¿Quién es Jordi Altamirano? Mi respuesta podría reducirse a una simple retórica: ¿Acaso saben quiénes son ustedes mismos? Sin embargo, como ya lo sabía Lenin, «todos los misterios de la teoría se resuelven en la práctica». Es el encuentro cara a cara con Jordi lo que revela la respuesta a esa pregunta. Para Angi y los amigos remanseros, es su «Darío Z»; para otros —que no lo frecuentaron— un joven inexperto que quizá no valga la pena ir a escuchar; para mí, fue una apuesta. Y así como para Lacan la verdad tiene la estructura de una ficción, para mí la apuesta (que es como la apuesta pascaliana o pari) tenga quizá la estructura de una promesa: Jordi, y sus charlas filosóficas, son una apuesta prometedora y una promesa apostadora: hay que confiar en el azar de los encuentros, como tuve que hacer, para dar confiadamente ese salto al vacío. Y la filosofía es siempre eso: un salto al vacío. Y sólo nuestra confianza en una apuesta que nos prometa esperanzadamente un buen resultado puede crear las condiciones para que algo nuevo acontezca. Para ello, como sabía Celan, hay que apoyarse, no en lo seguro de las tradiciones y de lo instituido, sino en la precariedad de las inconsistencias. Jordi dio el primer paso sobre el vacío al animarse valientemente a dar su charla. Y los que fuimos sin conocerlo, dimos el segundo paso, quizá el paso que dejó plasmada para siempre la huella de un acontecimiento.