marzo 29, 2024
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¿”TODOS SOMOS PECADORES”?: LA RELACIÓN ENTRE LA LEY Y SU TRANSGRESIÓN EN EL LIBRO DE PAOLETTI

Siguiendo en la línea de las reflexiones a partir de una discusión con el libro de Eduardo Paoletti, aquí se presenta un esbozo de una posible alternativa para superar la relación morbosa y perversa en la que nos encierra la relación Ley/transgresión. Un breve recorrido por una lectura lacaniana de San Pablo, a partir de Zizek, nos dará algunas pistas para superar este círculo vicioso a la que nos confina el horizonte simbólico del Estado burgués/capitalista.

En varias partes de su libro Aicho nos vamos a callar (2017), Eduardo Paoletti hace mención de la cuestión de la transgresión de las leyes u ordenanzas, que se manifiestan en casos como evasión al fisco (en el caso del patentamiento automotor fuera del lugar de residencia), o en alguna que otra contravención menor (como, por ejemplo, fumar dentro de un lugar donde está prohibido).

EL ESTADO APOLÍTICO

Como buen abogado, Paoletti da por sentado que las leyes son buenas, y que están ahí puestas para favorecer el bien común. De implantar estas leyes se encarga, obviamente, el Estado. El concepto de «Estado» al que apela Paoletti, está inspirado en lo que supuestamente quiere decir Rousseau en su Contrato Social, que reza así: «El Estado es la “asociación capaz de defender y proteger, con toda la fuerza común, la persona y bienes de cada uno de los asociados…”» (Paoletti, 2017, pág. 57).

Y de esto, infiere inmediatamente que: «Es así que, según el mismo, delegamos nuestros derechos conviniendo reglas para todos y “haciendo cada cual la enajenación sin reservarse nada, la unión es tan perfecta como puede serlo…”» (Paoletti, 2017, págs. 57-8).

Ahora bien, aquí cabrían dos aclaraciones preliminares.

La primera, es la de establecer—como han señalado muchos críticos de Rousseau— cómo hicieron aquellas personas primigenias para ponerse de acuerdo, si todavía no tenían nada el común. Este pacto social originario está sustentado en una nada, tiene un origen —si me permiten decirlo en badiousiano— acontecimiental.

Y, justamente, es Badiou quien nos aclara que lo que Rousseau intenta realizar en su Contrato Social, es establecer, desde un principio, que en la realidad empírica, concreta (digamos), el «pacto social está roto», es decir, que ningún Estado que exista actualmente cumple con los requisitos necesarios para ser una institución que pueda jactarse de “representar” la voluntad general. (Cf. Badiou 2003, El ser y el acontecimiento, Manatial, Bs. As., págs. 381-391). Por lo tanto, es imposible —e incluso imprudente— “delegarle” nuestros derechos al Estado, en pos de un supuesto consenso para que este Estado nos represente y gobierne.

La segunda, que deriva de la anterior, es si, efectivamente, es posible delegar todos nuestros derechos al Estado. Esto ya lo expresó de manera explícita y clara Baruch Spinoza en su Tratado teológico-político, en el que afirma que: «Así, pues, preciso es convenir en que cada uno se reserva pleno poder en determinadas cosas que escapan a las decisiones del gobierno» (Spinoza, 2000, pág. 178). Aunque, aquí, deberíamos evitar la confusión que comete Paoletti, respecto de las cuestiones del límite de la ley.

En este párrafo, Spinoza no habla sólo de lo que estaría expresando el Art. 19 de la Constitución Nacional; es decir, de que: «Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados». Sino que se está refiriendo a derechos intrínsecamente políticos, pero con la salvedad de que, por paradójico que parezca, son derechos que están fuera de la esfera del Estado.

Sorprendentemente, de esto habla también Rousseau: No de cómo el Estado puede representarnos y cómo hacemos para cargarnos con el yugo de leyes que nos protejan (ni tampoco de cómo hacer para ponernos de acuerdo para elegir el mejor Estado para que nos gobierne y nos convierta en sujetos (súbditos) sujetados a sus leyes); sino, que la cuestión que platea Rousseau en su Contrato Social, es cómo hacer para lograr, justamente, que exista un Estado que pueda estar unido a la verdadera política, puesto que para Rousseau todos los Estados históricamente existentes son a-políticos (Cf. Badiou, Ídem anterior).

El error de Paoletti estaría en que confunde el ámbito al que está dirigido específicamente el Estado: éste no representa a los individuos, sino a los grupos sociales específicos, puesto que para aquél los individuos en cuanto tales no existen, y si lo hacen es sólo en virtud de que pertenecen a determinado grupo social.

 

LA MORAL BURGUESA TRANSGRESORA

Es por esta razón que a Paoletti le cuesta tanto entender cómo, en los ámbitos específicos, sobre todo referido a las transgresiones de las normas o de las leyes al nivel del individuo, es tan poco efectiva la intervención estatal, y no queda otra que apelar a una supuesta moral superyoica que nos obligue, a través de la culpa o de los escrúpulos, a obrar conforme a las normas establecidas.

A todo esto, además, hay que sumarle el hecho —que Paoletti pasa por alto— de que el Estado no es ideológicamente neutro, sino que fue creado para favorecer cierto sistema de producción, que es el Sistema de producción capitalista. Esto significa, concretamente, que todas las leyes y la moral del Estado, están sostenidas en la moral burguesa que es intrínsecamente transgresora.

Aquí, es interesante una alusión a la moral burguesa/capitalista, que hace Marx en La ideología alemana, donde plantea que:

El burgués se comporta ante las instituciones de su régimen como el judío ante la Ley: la burla siempre que puede, en todos y cada uno de los casos concretos, pero quiere que los demás se atengan a ella y la respeten. Si todos los burgueses, en masa y al mismo tiempo, burlasen las instituciones de la burguesía, dejarían de ser burgueses, actitud que a ellos, naturalmente, no se les ocurre adoptar y que en modo alguno depende de su voluntad. El burgués mujeriego burla el matrimonio y cae secretamente en el adulterio; el comerciante burla la institución de la propiedad, al despojar de sus bienes a otros por medio de la especulación, la bancarrota, etc.; el joven burgués se hace independiente de su familia en cuanto puede, declarando prácticamente abolida la familia con respecto a su persona; pero el matrimonio, la propiedad, la familia se mantienen teóricamente indemnes, pues son, prácticamente, los fundamentos sobre los que ha erigido su poder la burguesía, por ser, en su forma burguesa, las condiciones que hacen del burgués un burgués, exactamente lo mismo que la Ley, constantemente burlada, hace del judío religioso un judío religioso. Esta actitud del burgués ante sus condiciones de existencia reviste una de las formas generales de la moralidad burguesa (Marx & Engels, 1987, pág. 207).

Ahora bien, el problema de Ley y de su transgresión es lo que Paoletti no puede (o no quiere) ver desde su perspectiva de funcionario de un Estado burgués, o desde una moral —también burguesa— en su versión de creyente católico. No obstante, lo paradójico de todo esto, es que para resolver satisfactoriamente el problema de la relación entre la Ley y su transgresión, es posible hacerlo desde una lectura lacaniana de las Epístolas de San Pablo. Esto es, justamente, lo que propone, por ejemplo, Žižek, en su El títere y el enano, donde reflexiona sobre el núcleo revolucionario —que posteriormente fue negado desde un principio— del planteo cristiano, y sobre todo, el paulino.

Para comprender el planteo de Žižek, es necesario entender que el planteo que parece presentar Paoletti, intenta responder a una pregunta implícita que él transita a tientas en la penumbra, como los esclavos de la Caverna de Platón, y que se podría formular más o menos de la siguiente manera: « ¿Cómo lograr la coincidencia exacta entre el sujeto y la Ley? ».

Está de más decir que esta coincidencia implicaría la existencia de un «ciudadano ideal» que sólo existe como entelequia, puesto que «existir en el lugar-fuera-de-lugar» (parafraseando a Badiou), es lo que caracterizaría al sujeto en tanto presentado en una situación. En este sentido, el problema planteado desde una perspectiva emancipadora sería: « ¿Está todo el sujeto dentro de la Ley (el Estado)? ».

Aquí, es necesario hacer un pequeño rodeo por una suerte de antropología filosófica, o teoría del sujeto, para esclarecer la cuestión de la Ley y su transgresión. Ahora bien, para Paoletti, el sujeto ideal podría ser, en el plano “político/estatal”, el súbdito, es decir, el sujeto totalmente sujetado a la Ley; y en el plano moral, se puede inferir que podría ser el sujeto moral kantiano, el Sujeto Trascendental.

 

ESTADO, LEY Y SUJETO SUJETADO Y NO SUJETADO

No obstante, con lo que se encuentra Paoletti en el plano de la realidad, es que los individuos transgreden las leyes y las normas, y esto no parece encajar perfectamente en su visión que tiene de las cosas. Para ello, necesita del Estado, de un Estado en el sentido hobbesiano del término, es decir, como Leviatán, o sea, como un Ser supremo y omnipotente que se meta entre los individuos para que estos no se terminen destruyendo unos a otros.

En este sentido, Paoletti termina poniendo las cosas totalmente al revés: es el Estado el que hace posible la existencia de los individuos, y no los individuos los que hacen posible la existencia del Estado. Es, por lo tanto, imposible —para Paoletti— que pueda haber vida social fuera de la esfera del Estado, y por eso es tan urgente que se instaure la Ley, y que los individuos la cumplan siempre (es decir, siempre que no entorpezcan los derechos de otros —individuos—).

Sin embargo, lo que Paoletti no tiene en cuenta, es cómo es —a nivel subjetivo— el funcionamiento de la Ley. Žižek plantea —siguiendo la lectura paulina de Lacan— que «…en su funcionamiento “normal”, la Ley genera, como daño “colateral” de su imposición, su propia transgresión/exceso (el círculo vicioso de la Ley y el pecado descrita de manera inmejorable en Corintios)…» (Žižek, 2005, pág. 156).

La cuestión aquí es explicar cómo es que se da esa relación paradójica y de dónde surge esa transgresión/exceso que constituye el «reverso obsceno» de la Ley. El planteo žižekiano es que este exceso surge a partir de la negación de otro exceso que es el que hace de un animal humano un ser verdaderamente humano, al que Žižek le da el nombre de amor.

Este amor no sería otra cosa que el núcleo subjetivo mismo, la subjetividad que escapa a toda estructura. En este sentido, cuando la Ley se impone y trata de encerrar y limitar a la subjetividad en todas sus dimensiones (lo cual es quizás imposible), surge como efecto colateral, como revote indeseado, el exceso transgresor.

De modo que, el horizonte de la Ley es la condición misma de producción de su propia transgresión. Este es el horizonte donde se encuentra encerrada, justamente, la subjetividad burguesa estatal, y por eso se explica de manera clara por qué debe transgredir constantemente a la Ley para poder seguir existiendo. Así, el universo cerrado de la Ley/Estado/Leviatán, crea en su propia dinámica interna aquello que quisiera evitar con las normas morales o las leyes. El Estado es, si lo decimos en términos teológicos, el reino del Pecado, entendido como simple transgresión de la Ley.

De este modo, el sujeto burgués sería un fariseo sin religión, pero con Ley, que es su propio Estado. Por esta razón —y por muchas otras—, es urgente y necesario poder pensar cómo hacer para salir del círculo vicioso de la Ley y el pecado, y esa respuesta no se puede encontrar desde dentro del horizonte del Estado burgués, sino desde las perspectivas y prácticas que se están llevando a cabo en todos los movimientos sustentados en las políticas de emancipación.

BIBLIOGRAFÍA

– Badiou, A. (2003). El ser y el acontecimiento. (R. Cerdeiras, A. Cerletti, & N. Prados, Trads.) Buenos Aires: Manantial.

– Marx, C., & Engels, F. (1987). La Ideología Alemana. Crítica de la novísima filosofía alemana en las personas de sus representantes: Feuerbach, B. Bauer y Stirner y del socialismo alemán en sus diferentes profetas. (W. Roces, Trad.) México, Barcelona, Buenos Aires: Grijalbo.

– Paoletti, E. (2017). Aicho nos vamos a callar. Reconquista, Santa Fe, Argentina: Editorial Semanario Reconquista.

– Spinoza, B. (2000). Tratado teológico-político. (J. De Vargas, & A. Zozaya, Trads.) Barcelona: Folio.

– Žižek, S. (2005). El títere y el enano. El núcleo perverso del cristianismo. (A. Bixio, Trad.) Buenos Aires: Paidós.

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